miércoles, 31 de marzo de 2010

La Dama de la Torre: Capítulo 16

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¿Cómo se puede realizar un velorio sin ataúdes?¿cómo se puede velar a una lógica descuartizada? Nuestros entrañables protagonistas concurren al velorio de la tercera persona asesinada tal vez por pertenecer al SOLOG, tal vez por pura casualidad. ¿Estará presente el asesino? ¿habrá llevado flores?¿azucenas, dalias, lirios, margaritas africanas?
¿Qué tendrá que ver la Dama de la Torre y su castillo incendiado con todo esto? 


CAPITULO 16

Apenas cruzamos la puerta de SOLOG, el teléfono sonó con la previsible llamada del Jefe de Policía.Esta vez el Comisario Inspector lo despachó brevemente, pero el clima de SOLOG se había enrarecido. Una marea de lógicos de varias generaciones se apoyaban pensativos en las paredes y llenaban las aulas. Era un tumulto. No se veían libros dispersos, salvo La Dama de la Torre, que los asistentes hojeaban como al pasar, sobre el escritorio de la entrada. En un rincón, el anticuario joven, el Decano y el Vicedecano, hablaban en voz baja.

Y entonces la vi: una lógica joven servía café. Usaba una pollerita provocativa y sus pestañas se arqueaban, sinuosas. Era ágil. En contados segundos recorría aulas, hall y patio central, y hasta el umbral sombrío donde la gente también se apiñaba. Cabellos dorados la coronaban, y un ligero mechón le cubría por completo el ojo izquierdo hasta hacerla parecer tuerta. Los cabellos parecían derramarse sobre las tazas de café. Nos guió hasta la capilla ardiente, y allí se despidió de nosotros, pero yo no pude despedirme de ella. Y ya no podría hacerlo jamás.

El catafalco estaba instalado sobre el panel con el cuadro maravilloso, disimulado ahora por cortina de gasa, aunque entre los pliegues de voile se filtraba, con cada cambio de luz, la silueta audaz de la Torre. Sobre los dos paneles de los costados, se apilaban, unas sobre otras, grandes coronas de flores de plástico. Un frasco enorme, colmado a reventar de un líquido de aspecto repelente, esparcía un fuerte olor a almendras amargas.

La lógica había sido asesinada brutalmente, y la habían mutilado de manera horrible. Varios restauradores, según me explicaron, después de trabajar un día entero, habían logrado dar a las piezas sueltas el aspecto formal de un maniquí, casi un muñeco articulado. Los miembros estaban clavados en alambres, que se curvaban en posturas extraordinarias, y le habían superpuesto un armazón de cobre para que no se desparramara. Atrás, en un cartón, habían dibujado un ataúd, en escorzo. Cada tanto, los familiares, o los lógicos amigos y todavía supervivientes, cambiaban la posición del cuerpo, utilizando unas rueditas colocadas especialmente y que funcionaban como músculos artificiales.

Todos hablaban en voz baja, y las conversaciones inevitablemente se mezclaban con independencia de las posiciones encontradas. Aunque se trataba de un velorio, se preservaba el rigor científico y las agudas observaciones cruzaban la capilla ardiente como flechas. Los lógicos se inclinaban sobre su colega muerta, pero solo lo hacían como un ritual, como sirviendo a un señor más poderoso que todos ellos, intuyendo una proposición clave que se les escapaba y que no cabía, o que por lo menos no cabía del todo, dentro de los rígidos cánones del academicismo. ¿La muerte? ¿Qué es eso? El asesinato no era, para ellos, sino una alteración filosófica en un mar de pruebas y contrapruebas, de implicaciones y absurdos. Al fin y al cabo, las leyes de la lógica se articulan del mismo modo que el cadáver con alambres, hasta rematar en el medio de las tablas de verdad, en algún punto irrevocable.

Lógicos escuálidos, empíricos, esféricos, falsacionistas auténticos, carniceros de la realidad, cortadores en lonjas de la verdad científica, detectores de metalenguajes, arquitectos de metavelorios, apasionados cultores de la razón dialéctica, se unían en doble fila, apoyados contra las paredes de SOLOG, contemplando o fingiendo contemplar el cadáver inanimado de la lógica muerta. Y la lógica joven?

La lógica joven se paseaba, sirviendo café. Lo tomaban los otros lógicos con displicencia, se recostaban contra las paredes, y hablaban de cualquier cosa. Cada tanto, entraban vecinas en ruleros, rapaces desarrapados y ansiosos, que hacían rodar una pelota de fútbol entre los lógicos y que se gritaban frases y palabras de una obscenidad increíble. Algunos levantaban la gasa y se quedaban largo rato contemplando el fresco del panel. Una lógica madura se desmayó: atribuible al hedor de las flores de plástico, al ríspido acicate de las almendras amargas? Concebible acaso que una lógica entrada en años, para quien la realidad no guarda ya secretos formales, sucumba ante las locuras de un rapaz? Misterios insondables de la semántica, de la sintaxis pueblerina, palabras con resonancias terribles, referencias brutalmente empíricas a los objetos más íntimos, a los lugares más recónditos del cuerpo, y que en ese mismo velorio se mostraban profanados. Allí, a la vista de todos. Quién no tiembla ante un cadáver desflorado?

Señores de mirada seria entraban y salían. En las casas vecinas se encendían los primeros televisores del atardecer, desgranando series policiales y películas de alto voltaje. El cadáver articulado de la lógica se movía : la afilada discusión generaba una corriente de aire que lo hacía oscilar y los familiares, apresuradamente, trataban de acomodarlo de tal manera que pudiera resistir el viento de la mejor manera posible, pero el aire, como siempre, desbarataba sus planes. Dos niños muy sucios empezaron a jugar a las figuritas en la capilla ardiente y nadie se atrevió a echarlos de allí : entre los concurrentes circulaba la curiosa idea de que ese velorio era algo así como un paseo público, que el verdadero velorio, el ontológicamente válido, se llevaba a cabo en otra parte, donde todos los aspectos discordantes se ensamblaban en un lenguaje perfecto, y donde el cadáver no se movería.

A eso de las ocho llegó la madre de la lógica descuartizada : se arrojó llorando sobre los alambres, que se contrajeron como si en verdad fueran músculos, y la abrazaron. La madre no hizo nada para desprenderse de su hija muerta, y se quedo así, atrapada en un espasmo de espanto hasta la medianoche.

A las once en punto entro el embajador inglés. Conversó brevemente con algunos conocidos, se aproximó,soñador, al cadáver, contempló lastimeramente el ataúd pintado sobre el cartón, probó el café que le ofrecía la lógica joven y se fue.

Recién a las once y media empezamos a interrogar a los lógicos. Allí estaba SOLOG en pleno y no podíamos desperdiciar la ocasión. Pero no hablaban mucho. Estaban atemorizados.

-Se llamaba Ana María Rant, -dijo uno y siempre vestía de rojo.

- ¿Tienen idea de cómo y dónde la mataron? -En torno nuestro se formó un coro de lógicos que obstruía por completo el desplazamiento. En realidad, el velorio había quedado dividido en grupos:  en el patio, el cadáver y su madre, los deudos y lógicos más cercanos. En las aulas, aquellos que estaban allí sólo de una manera contingente, casual. Y en el hall central, el interrogatorio. Así en general es el mundo, así está dividido, entre los que se abrazan a los cadáveres, los que no saben nada de ellos, y los que preguntan sin sentido y sin obtener jamás una respuesta.

-La vieron por última vez cuando salía de su casa -apuntó un muchacho flaquísimo, de movedizo pelo moteado, que tenía en sus manos una taza de café vacía desde el comienzo del velorio : la taza no tenía como objetivo tomar café ni tomar nada, sólo mostrar la inutilidad que invade a los objetos cuando nadie los utiliza - Luego, dicen, subió a un Peugeot azul, que se alejó con rumbo desconocido, hasta que apareció muerta en el baldío de la calle Charcas y Vidt.

La versión de otros difería por completo, y tal vez por temor. Según un intelectual machacoso, que había estudiado lógica hasta los cincuenta, para después abandonarlo todo, el crimen se había cometido en el interior mismo de la casa de la lógica : la habían matado, violado y descuartizado en su propio dormitorio y luego habían transportado los restos hasta el baldío en un Peugeot azul.

Pero había otras versiones más. Según una de ellas, la habían matado en público, ante sus alumnos, durante una clase particularmente penosa. Luego, habían introducido el cuerpo en un Peugeot azul, con el parabrisas trasero cubierto de calcomanías, donde la habían descuartizado y violado, en ese orden, para arrojarla después en el baldío de la calle Charcas y Vidt. Otros contaban que había sido en una plaza, mientras un Peugeot azul doblaba una esquina, y había quienes aventuraban que ella misma se había suicidado y que el Peugeot azul no había hecho sino transportarla hasta el baldío, luego de cumplir el acto inútil, libre y perverso del descuartizamiento y la violación. A medida que las versiones se sucedían y complicaban, el asesinato y el descuartizamiento se separaban, como si se tratara de fenómenos diferentes, practicados en diferentes cadáveres, que luego, por una necesidad inexplicable hubieran vuelto a reunirse en un solo muñeco, aquí, en SOLOG. La propia víctima se esfumaba en la mecánica del crimen, que parecía tener más consistencia que ella misma. Ella era sólo el vehículo que el Peugeot azul había elegido para manifestarse, o a través del cual el crimen y el descuartizamiento se habían realizado a sí mismos, en etapas hegelianas, en el suave transcurrir de tríadas dialécticas que se sucedían virginales, impolutas, para rematar en ese muñeco abrazado a su madre en un incesto final y por lo tanto innecesario, que no era sino la negación de la negación.Y luego,ah luego la síntesis,la vuelta a la prohibición y al tabú, la introducción férrea, alambresca, en un paraíso fetal. Florecillas de manteca crecían en los labios de los lógicos cuando pronunciaban las palabras más prohibidas : horrible muerte, impensado suceso, espeluznante acontecimiento. Consideraban ese hecho como una contingencia del devenir, un dato más que se agregaba a la cadena del pensamiento y el lenguaje realizándose a sí mismos, una especie de sinrazón platónica, un arquetipo de la idea, desarrollándose cauta en aquel ámbito apropiado,atravesado por una corriente de aire que nos unía como un cordón. Las tenebrosas nubes de la tarde se habían alejado hacia el río, pero nadie daba muestras de haberse percatado de la tormenta. Los televisores vecinos se habían apagado casi al unísono al marcharse el embajador inglés, y sólo uno repiqueteaba aún a esa hora tardía : lo escuchábamos claramente. Estaban transmitiendo una competencia donde grupos de parejas luchaban por un premio en todas las formas imaginables : se trepaban a un palo resbaladizo, subían una escalera con los escalones serruchados, contestaban preguntas dificilísimas sobre química, saltaban a la soga hasta batir récords y luchaban en estilo grecorromano. Pero lo más curioso es que ignoraban cual era el premio. El locutor hacía referencias con una voz en la que parecía ondear una sonrisa permanente y estreotipada : a veces sugería una bicicleta, a veces una cartera de cocodrilo, a veces una excursión por Europa : los posibles premios eran siempre femeninos. Pero lo cierto es que la verdad, el verdadero resultado, no se sabía. Era el perfecto reverso del velorio, donde el final, precisamente, era lo conocido.



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domingo, 28 de marzo de 2010

Club del chiste

Agradecemos a Martín Calderón por el chiste enviado. Les recordamos que pueden enviarnos chistes sobre ciencia a leonardomoledoblog@gmail.com


Caracterización de la práctica sexual


SEGUN LOS MEDICOS UNA ENFERMEDAD.

Porque uno siempre termina en la cama.

SEGUN LOS ABOGADOS, UNA INJUSTICIA.

Porque casi siempre hay uno arriba y otro abajo.

SEGUN LOS INGENIEROS, LA MAQUINA MAS PERFECTA.

Porque es la unica que trabaja cuando se para.

SEGUN LOS ARQUITECTOS, UN ERROR

Porque la zona de entretenimiento esta al lado del desague.

SEGUN LOS POLITICOS, LA DEMOCRACIA PERFECTA.

Porque goza tanto el que esta arriba como el que esta abajo.

SEGUN LOS ECONOMISTAS, UNA MALA INVERSION.

Porque es mas lo que entra que lo que sale.

SEGUN LOS MATEMATICOS, LA ECUACION MATEMATICA PERFECTA.

Porque la mujer eleva el miembro a su maxima potencia, lo encierra

entre parentesis, le extrae el factor comun y lo reduce luego a su mínima

expresion.

viernes, 26 de marzo de 2010

La Dama de la Torre: Capítulo 15



Antes del velorio de la lógica asesinada, nuestros narradores se pierden. La luz, la oscuridad, La Dama de la Torre y Guillaume de la Tour.



CAPITULO 15


Porque,¿cómo resistir ese asedio insensato? Guillaume de la Tour era uno de esos personajes que parecía tenerlo todo, era un ser sin fisuras. Acarreaba consigo esa sensación de invulnerabilidad que es el atributo exclusivo del poder. Nadaba en la abundancia, y si por azar perdía todo su oro en la mesa de juego, tenía la certeza de que recuperaría su fortuna, a la noche siguiente. El azar, ese era el truco. El azar, que se movía a un lado y a otro de la media aritmética, y repartía sus dones como una diosa de la tierra, pero esclava de la estadística.

La Dama de la Torre se había atrincherado en su castillo-chalet de L'Arbre sur L'Oise como quien se atrinchera en una religión o en la virtud. Era una construcción bastante arbitraria, que en reglas generales respondía a una cierta idea finisecular, algo grandilocuente y con arranques de patetismo : vigas excesivamente pesadas, frontones injustificados, ventanas falsas buhardillas sorprendentes y minúsculas. Obviamente, el conjunto buscaba dar la impresión general de una fortaleza, estableciendo una tenue solución de continuidad con la Plataforma de Elsinore. Los aposentos sugerían torres, los chauffages, donde resinosos troncos lentamente desprendían el aroma del áloe, evocaban chimeneas capaces de albergar hogueras multitudinarias y ejércitos. Y las cocinas! Estaban concebidas como mazmorras : divididas en multitud de pequeños cuartos según el gusto y el olor de las especias. De semejante estructura sólo podían surgir platos sofisticados y bellos, que, sin embargo, Lady Chevesley apenas tocaba. Dos veces por día el caballero Guillaume de la Tour recorría el camino áspero entre la posada mísera que lo alojaba, sujeto a los caprichos de una patrona gorda, lasciva y tiránica, para pasarse las horas muertas al pie de la ventana enrejada donde la Dama de la Torre oteaba el horizonte esperando que Sir Anthony Parsons viniera a rescatarla. Sir Anthony Parsons? El cruel, el casi homicida perseguidor de la Plataforma de Elsinore? El mismo. Pero acaso la Dama de la Torre no lo odiaba? En efecto. Intensamente, pero el odio, como el deseo y la memoria, tiene componentes extrañas, contradictorias, que inevitablemente rematan en el desastre o en la gloria. Mataría Sir Anthony Parsons al caballero Guillaume de la Tour? Lo descuartizaría y uniría despues con alambres sus miembros ensangrentados para darle la apariencia de un muñeco y exponerlo a la vergüenza pública? O tal vez el caballero Guillaume de la Tour lo destriparía? La Dama de la Torre se siente incapaz de opinar sobre los objetos de su deseo. Y es que otra vez la realidad se complicaba con el azar, con el bendito azar, que rige los ciclos del año, pero que logra que las estaciones se sucedan de una manera tan previsible que ya resulta monótona, como cuando los naipes se deslizan sobre el tapete verde una y otra vez a lo largo de la noche para componer la exasperante simetría del póker. Resistirá el asedio Lady Chevesley? Mirándose en el espejo, iluminado por la suave luz del Midi, envuelta en esa luminosidad tan clara, tan francesa, y sin embargo tan insustancial, Lady Chevesley comprende que, como siempre, no se enfrenta con un mero juego de voluntades, sino con la quintaesencia de la fatalidad.

Y, en consecuencia, no sabe qué hacer. Su educación fue esencialmente canora. La prepararon para urdir con elegancia la trama de la desgracia. Quisieron que manejara el patetismo con la destreza de un artesano, que bajo la presión de sus dedos engendra formas maravillosas en el bronce que sale del crisol. La fatalidad no es para ella mas que un accidente, una demora del azar, que por alguna razón, tarda en arreglar las cosas y restablecer el hilo delgado del infortunio. Ha estado esperando por más de dos años a Sir Anthony Parsons y el horizonte no ha dado señales de su llegada. Antes, piensa la Dama de la Torre, estas cosas no ocurrían. Después de un tiempo razonable, aparecía en el horizonte la vela blanca del barco de rescate, irguiéndose enorme hacia el cielo, y acompañada, si era necesario, por una flota de doscientos bajeles. Y por el otro lado se escuchaba el estruendo de las caballerías, que acudían, todas sangre y valor, a la batalla oportuna. Pero es razonable esperar ahora esa vuelta de tuerca puramente literaria, en una edad donde todas las convenciones han sido pisoteadas de manera inmisericorde? Tiene sentido exigir que los géneros literarios se impongan al temerario transcurrir de la novela? Lady Chevesley por momentos tiene miedo de enloquecer y terminar sus días en un asilo de lunáticos, prerrafaelista, y anónimo. Posibilidad nada desdeñable, ya que en los últimos meses el caballero Guillaume de la Tour se ha aficionado al laúd, y desde el anochecer tímido hasta que el alba de rosados dedos rompe el delicado equilibrio de la noche francesa, improvisa sobre las cuerdas una elegía interminable y es preciso reconocerlo- muchas veces ininteligible, que altera por completo los nervios de Lady Chevesley, impotente ante esa pasión repetitiva y monótona. Conseguirá huir? Conseguirá restablecer la continuidad del relato?

Porque ocurre que, a pesar de los ropajes que tantas veces la disimularon, ya sea estas sedas de gala de L'Arbre sur L'Oise, o aquellas vestiduras más turbias y boreales de la Plataforma de Elsinore, la Dama de la Torre ocultó siempre un secreto sensual: su único recurso válido es la huída. Ya no espera nada del flamante caballero Guillaume de la Tour, que no comprende ni respeta sus debilidades neuróticas, su aliento casi venenoso, sus depresiones, su búsqueda de la pureza, o, en su defecto, de la racionalidad.

Y por lo tanto,apela al único elemento capaz de vencer al azar : el fuego. Incendia el castillo-chalet, que arde como una predispuesta estopa y se escapa en medio de la algarabía de las llamas, que recortadas contra el cielo de otoño resultan casi alegres como fogatas de San Juan.

Hacia dónde va? La respuesta es obvia : a Italia, la tierra del bel canto, de los valles fértiles y las canciones alpinas que la recorren desde los Apeninos a los Andes. El Mediterráneo dorado que baña playas paradisíacas donde se sucedieron y enfrentaron civilizaciones áureas : la griega, la romana, la cartaginesa. La República y el Imperio, la dinastía de los Antoninos y el mundo sombrío de Septimio Severo. Fechas y nombres hierven en una memoria demasiado ocupada por el autorrecuerdo. Quién fue aquel emperador enamorado del fuego que mandó quemar una ciudad ? Y aquel otro que crucificó a un judío que se proclamaba Dios? Y aquellos ejércitos que destruyeron Cartago, la arrancaron de sus cimientos y sembraron sal sobre las ruinas? Lady Chevesley retoza en la frescura de sus recuerdos escolares mientras el trineo, que le garantiza inmunidad casi diplomática aplasta las hojas amarillentas de los bosques que se levantan junto al camino. No nieva, pero debería nevar.

A lo lejos, parado sobre la línea del horizonte, que con el correr del tiempo se torna más y más borrosa, el caballero Guillaume de la Tour, empuñando su laúd, ya inútil, se prepara para entonar una elegía.

miércoles, 24 de marzo de 2010

El horror nuestro de todos los días

La Argentina siempre fue impiadosa con sus científicos: olvidó a Ameghino, destituyó a Houssay, un generalete imbécil apaleó a profesores de la Facultad de Ciencias Exactas, un interventor fascista echó a diestra y siniestra a la primera línea de la universidad, un editorial de la revista Cabildo deshizo en un día el centro de investigaciones de San Miguel. Y el gobierno terrorista que se inició el 24 de marzo de 1976 mató, hizo desaparecer y expulsó del país a nuevas oleadas de científicos y calcificó –otra vez– la investigación en la Argentina, al mismo tiempo que sometía a buena parte de la población e imponía un modelo económico que llevaría a la Argentina al desastre y al ciclo infernal del endeudamiento.
El terror es intransferible. Es difícil explicar a quien no lo padeció lo que significaron esos años y cómo el terror se mezcló, paulatinamente, en la vida cotidiana. Porque la dictadura no solamente significó asesinato a mansalva, desapariciones, robo de bebés, torturas aberrantes a los hijos delante de los padres, apropiación de los bienes de los desaparecidos, ocultamiento y usurpación de identidades, partida al exilio de miles de personas. Significó también la transformación del terror en una costumbre, en un líquido oscuro y permanente que invadía, permeaba, ocupaba los rincones de la vida cotidiana.


Instalación realizada por el planetario Galileo Galilei el 24 de marzo de 2006 en homenaje a los científicos desaparecidos durante la última dictadura militar


La noche absolutamente silenciosa y tensa, sólo quebrada por continuas sirenas policiales (¿cómo es que nadie sabía nada?, ¿no oían?, ¿creían que se trataba de ambulancias?); el ascensor deteniéndose de pronto en medio de la noche y provocando un despertar súbito, y unos minutos de alerta horrorosa hasta que regresaba el silencio; los soldados revisando bares y ómnibus; los diarios informando (en clave) de secuestros y desapariciones día a día (“tantos guerrilleros fueron abatidos en...”, “en un enfrentamiento con el ejército murieron....”); el susurro sobre qué y a quién habían ido a buscar; el paulatino irse enterando de cuál era el destino de los desaparecidos; la indiferencia de gran parte de la gente que creía al pie de la letra (¿y de buena fe?) los informes del gobierno y colocaba en sus autos cartelitos oficiales: “los argentinos somos derechos y humanos”; sentirse como un animal acorralado entre fieras al acecho; la irresponsable sensación de seguridad durante el día y el pánico apenas empezaba a anochecer... (¿nos vamos?, ¿nos quedamos?, ¿qué hacemos?).

Este blog de ciencia homenajea aquí a los científicos desaparecidos o asesinados durante la dictadura y, junto a ellos, a los treinta mil desaparecidos, y a todas las víctimas. Porque detrás de cada nombre hay una persona que falta, una familia a la que le falta, una facultad, un trabajo, una casa, una cama, un plato, un lugar vacío.



NUESTROS CIENTÍFICOS DESAPARECIDOS:

Facultad de Ciencias Exactas (UBA)


Alumnos: Ainie Rojas, Cherif Omar. Aiub de Caielli, M. Concepción. Aran, Enrique. Ayastuy, Jorge. Báez González, Carlos. Bendersky, Daniel. Belaustegui, Electra I. Lareu Bonafini, Raúl A. Boniato Der, Ana María. Bignasco, Claudio. Borda, Irene Yolanda. Cárdenas, Alvaro. Cassino Nievas, J. Cedola de M., Laura. Cordero, Fernando. Coldman, Marina. Crespo, Rodolfo. Cueto, Jorge A. De la Vega, Luis. Diego, Ana T. Díaz, Ricardo M. García Castelli, Horacio O. Gutman, Alberto M. Lewi, Jorge. Losoviz, Juan C. Auzia, Martín. Menéndez de Días, Graciela A. Ficarra, J. José. Barroso, Paulo. Russo, Cristóbal. Lemos, Mónica M. Monardi, Norma G. Moreno Scalari, Jorge. Murillo, Eduardo J. Odell, Alejandro. Olivares Narvez, José L. Ollero, Inés. Palermo, Rubén. Peón Castro, Alberto E. Pérez Brancato, Jorge. Pérez Weiss, Horacio. Poce, Ricardo César. Pollastro, Eduardo G. Rapetti Alegre. Riqueza, José J. Troncoso, Jorge. Micucci, Daniel B. Minsburg Rodríguez, Víctor N. Santi, Roberto Gustavo. Swttari, Francisco. Segarra, Alicia. Spinella, Miguel A. Strada, Alberto Daniel. Suárez, José L. Sznaider, Jorge. Tapia, Enrique Ramón. Tucci, Enrique. Torrent B., Irene. Val, Roberto. Veca, Mari Luz.

Graduados: Carabelli, Gabriela. Cardbelli, J. Cardoso, Gabriela. Gamban, Carlos. Girondello, Horacio. Giusti, Alberto. Gorfinkiel, Jorge. Huarque, Julián N. Leikis, Ilda. Ludren, Federico. Marx, Leonor. Moyano, Aristóbulo. Misetich, Antonio. Posquini, Eduardo. Simos, Carlos E. Vargas, A. Guillermo. Kurlat, Marcelo. Tarchitsky, Manuel.

No docentes: Montoya, Carlos E. Carvdan, Eduardo. Domínguez, Juan Carlos.

Científicos: Alvarez Rojas, Federico Eduardo (CNEA). Ardito, Roberto (CNEA). Barillo, Jorge Luis (Centro Atómico Atucha). Barroca, Graciela Mabel (CNEA). Bendersky, Daniel Eduardo (CNEA). Bonafini Pastor, Jorge Omar. Caravelle de Patiño, Gabriela (IMAT de la UN de Córdoba). Corsch Laviña, Alberto. Espeche, Enrique Ernesto. Giorgi, Alfredo Antonio (INTI). Gorfinkel, Jorge Israel (CNEA). Grimberg, Susana Flora (Centro Atómico Bariloche). Ikonicoff, Ignacio. Huarque, Julia Natividad. Ludden, Federico Gerardo. Machado de Rebori, Celia Sara. Misetich, Antonio. Pasquini, Eduardo Alfredo. Rus, Daniel Lázaro (CNEA). Schwartz, Miguel (CNEA). Martínez, Eduardo Alberto. Abrales, Héctor Antonio. Balestrino de Careaga, Esther. Chidichimo, Ricardo Darío. Mellibovsky, Graciela. Noriega, Carlos. Segal, Oscar Eduardo. Strejilevich, Gerardo (CNEA). Tarnopolsky, Hugo Abraham. Edelberg de Tarnopolsky, Blanca.

Universidad Nacional de La Plata: Achem, Rodolfo Francisco. Allende Calace, María Virginia Aurora. Barbeito, María Cristina. Barrenese, Octavio Alcides. Bertholet, Horacio Félix. Bonafini Pastor, Jorge Omar. Campano de Serra, Norma Estela. Cassataro Asteinza, Héctor Daniel. Cazalas de Giglio, Virginia Isabel. Contrisciani, Alicia. De la Riva, Carlos Alberto. Edelberg de Tarnopolsky, Blanca. Fernández Menvielle, Lilian Nilda. Galletti, Liliana Elida. Gerardi, Carlos Manuel. Guerini, Guillermo Jorge. Gershanik, Mario Alberto. Greco de Prigione, Dora Cristina. Jotar, Alberto Javier. Karakachoff, Sergio. Lacroix de Ponce, María Esther. Lombardi, Miguel Angel. López Martín, Angela. Medina de Bertholet, Susana Beatriz. Miguel, Carlos Alberto. Porfirio, Roberto César. Quiroga de Porfidio, Mariana Beatriz. Ronco de Aiub, Beatriz Angélica. Savloff, Guillermo. Sobral, Guillermo.

martes, 23 de marzo de 2010

El avance arrollador de la nanotecnología

La física te da sorpresas
sorpresas te da la física
(del cancionero Nobel)

¿Qué se iba a imaginar William Gilbert, cuando en 1600 frotaba imanes con ajo para demostrar que era falsa la creencia popular de que el ajo tenía propiedades antimagnéticas? ¿Qué se le iba a ocurrir a Faraday cuando dudaba y reflexionaba sobre la realidad de las líneas de fuerza magnéticas? ¿Qué iba a pensar Maxwell cuando hacía modelitos con resortes en el éter para establecer sus ecuaciones sobre el magnetismo? ¿Qué podían sospechar los que en el congreso de Karlsruhe, a mediados del siglo pasado, discutían la realidad de las moléculas y los átomos?

Y después, la física se volvió grande y entró en la época heroica: modelos atómicos, principios de incertidumbre, relatividad, mecánica cuántica capaz de predecir los movimientos e intimidades del núcleo atómico, de provocar estallidos más brillantes que mil soles y generar electricidad y creer tocar el fundamento del universo, buscando neutrinos y piones, partículas que oscilaban al borde de la inexistencia.

Y del otro lado, la Gran Aventura: hace cuarenta años, con el Sputnik, el hombre con mayúscula salía por primera vez del planeta cabalgando la gravedad y luego las grandes potencias enviaban sondas a los planetas y se esparcían por el sistema solar y dejaban la huella de un pie en la Luna.

Fueron cincuenta años de los grandes, de los principios fundamentales, de la teoría elemental y básica, de la búsqueda de los fundamentos, en los que cualquier cosa más grande que un electrón o más chica que un cohete quedaba fuera del interés profundo de los científicos que jugaban con el universo en sus manos: galaxias, estrellas, cerque, fue la fórmula del sendero científico de la primera mitad del siglo pasado.
Y he aquí que, silenciosamente, en 1953 se establecía la estructura de la enorme molécula de la herencia, y la biología empezaba a tomar la delantera, al principio sin que nadie se diera cuenta. En el interior de las células se escondían secretos a ser descubiertos y tan rotundos como una galaxia espiral (y mucho más cercanos, desde ya).

Y luego, “lo nano”, el armado de moléculas; los químicos empezaron a poder fabricar dispositivos con aquellos objetos que no eran átomos, sino sus agregados, pero que a su vez eran capaces de constituir pequeños motores aptos para introducirse en el cuerpo y actuar en él, o de almacenar cantidades fabulosas de información, como la propiedad que valió el Premio Nobel de Física que se anunció ayer, y a lo largo y a lo ancho del mundo los ojos se enfrentan en las moléculas-lego con la esperanza de ponerlas a trabajar, actuar como en una fantasía científica sin fin.

Los robots del futuro, piensan, no serán esos androides medio idiotas capaces de dominar al hombre, como si dominar al hombre sirviera para algo. Los verdaderos robots serán ensambles nanométricos de moléculas que los químicos descendientes de alquimistas y magos de la materia dominarán y harán trabajar a su antojo.
¿Será así? ¿Quién puede saberlo?

Al fin y al cabo, en la ciencia, todo es inseguro y provisorio.

viernes, 19 de marzo de 2010

Club del chiste

Agradecemos a Martín Calderón por el chiste enviado. Les recordamos que pueden enviarnos chistes sobre ciencia a leonardomoledoblog@gmail.com


Un biólogo molecular quería clonar una oveja y fue a un campo a seleccionar el ejemplar. Entró a un campo y le propuso un desafío al dueño de los animales:
-¡si puedo acertar en el número de animales que tiene en el campo usted me regala una oveja para mis experimentos!
El campesino acepta el reto y el científico comienza su estimación del número de animales haciendo uso de la estadística.
Finalmente sentencia:
- ¡Son 500 animales!
- ¡Así es! - dice sorprendido el campesino -Elija su oveja y yo mismo se la alcanzo al coche.
El biólogo molecular señala un animal y entonces el campesino le retruca la apuesta:
- ¡Ahora lo desafío yo: si puedo adivinar cuál es su especialidad, me paga por el animal!
- ¡Acepto! Dice el biólogo.
- ¡Usted es biólogo molecular!
- Así es, pero dígame ¿cómo lo supo?
- ¡Porque de entre todos estos animales usted me señaló un perro!


jueves, 18 de marzo de 2010

La Dama de la Torre: Capítulo 14

>>Ir al capítulo 13

Nada productivo salió del encuentro con el embajador de Inglaterra. Más perdidos que nunca, vimos a nuestro querido narrador y el Comisario Inspector Díaz Cornejo enredados entre un grupo de sindicalistas funerarios que nada pudieron hacer contra la lógica irreductible del misterioso embajador de Inglaterra. Es evidente, algo raro sucede en la ciudad. El asesinato de los lógicos, la desaparición de las electrodisipadoras y la sombría red de anticuarios están íntimamente relacionados. O tal vez no.

CAPITULO 14


Sin embargo, la reunión se disolvió enseguida, cediendo al encanto de la falta de autoridad visible. Salimos por lugares diferentes. Cuando nos encontramos en la vereda, me invadió un sentimiento de desazón.

-Me parece que sé quién es el importante personaje que le envió un mensaje urgente- dije

El Comisario Inspector me interrogó con la mirada, mientras observaba a los sindicalistas, agrupados como al descuido cerca del cordón de la vereda, y a Sir Anthony Parsons que apoyado en la verja de la embajada, parecía dormitar contra las afiladas puntas. Del lado de adentro de la verja, el busto de Su Majestad Portátil tirado entre unos arbustos, también parecía dormir. Desde una casilla blindada situada en una de las esquinas del edificio, dos guardias nos vigilaban, con armas automáticas.

- Y quién es?

- Ni más ni menos que el Anticuario Mayor.

El Comisario Inspector me miró con incredulidad -¿Cómo lo supo?

-Lo leí en los labios.

-No le conocía esas habilidades, pero me veo obligado a recordarle que el lenguaje de los labios, como todo otro lenguaje, es necesariamente ambiguo.


Había estallado una tormenta que ocupaba completamente el cielo, desde Pompeya hasta el extremo norte de la ciudad. Encima nuestro, las nubes pesadísimas se movían como manadas. Los edificios, recortados contra ellas parecían maquetas. Era un escenario grandioso, sin huesos, puro tejido nervioso, de colores. Sólo grandes músculos tendidos entre el asfalto y el cielo, que se contraían primero y luego estallaban en pirotecnias de poder. Todo se había vuelto oscuro de repente. Relámpagos zigzagueantes aparecían y desaparecían en forma instantánea sobre el fondo convencional, abriéndose paso trabajosamente en ese espesor en sombras. Primero el relámpago, luego el trueno, un solo fenómeno separándose en luz y sonido. Y las nubes ! Primero se juntaban, integrando una masa compacta que más que ocupar, parecía colgar del cielo. Y enseguida se abrían para dejar paso a un rayo. Se escindían, se separaban, como lo práctico de lo teórico, como lo definido de lo ambiguo, como lo bueno de lo maléfico, como lo biológico de la materia inerte! Era un espectáculo totalmente improvisado, un enorme escenario donde se enfrentaban a ciegas los factores de poder, como un inmenso decorado que no hubiera encontrado aún su dramaturgia, pero que ensaya descargando toda su utilería.Y sin embargo,era circunstancial. Engendraba sentimientos movedizos pasajeros y fáciles, sin huella.

-Tal vez ese sea todo el significado de la tormenta -dijo el Comisario Inspector-. Un gran despliegue atemorizador, pero contingente.

La lluvia empezó a caer como una cortina tupida. Desde el portón de la embajada veíamos sólo un continuo, una marea húmeda y concreta tendida de árbol a árbol, de edificio en edificio, que transformaba los postes de luz en enormes paraguas impotentes y cerrados. Y no obstante, perfectos.

Un entierro de lujo cruzó delante nuestro: en el primer coche, tres cadáveres se apilaban en estrafalarias posiciones. Estaban colocados de tal manera que se señalaban unos a otros. De las bocas abiertas caían hilos de agua de lluvia evocando palabras a medio pronunciar, como si se hubieran muerto en medio de una frase. El conjunto era patético. Desnudos, parecían más muertos, desprotegidos ante la tormenta, flaquísimos, consumidos, y demasiado jóvenes. Los seguían tres coches más, herméticamente cerrados para defenderse del agua. A las ventanillas rayadas por los trayectos de la lluvia se asomaban rostros como máscaras, haciendo ademanes de saludo.

En el último coche viajaban tres mujeres jóvenes y solas, vestidas de colores vivos, que hacían obscenos gestos, llamándonos. El traficante de ataúdes, que no se había despertado ni siquiera con la lluvia, fue el primero que respondió. Acompañado por tres obreros se puso a trotar al lado del coche, salpicando y saltando los charcos.El auto abrió sus puertas durante una fracción de segundo, lo suficiente para que Sir Antony Parsons y los sindicalistas entraran. Luego siguió su moroso camino detrás del cortejo, que parecía no tener ninguna urgencia.

Y entonces, tan repentinamente como había empezado, la lluvia cesó. La tormenta, sin embargo, seguía, como una festividad de truenos y luces que continúa después de que los comensales se han retirado. Parecía muy solitaria así. Salimos de nuestro refugio y caminamos a lo largo de los charcos de agua que se escurrían rápidamente : las bocas de tormenta los tragaban, ávidas, para llevarlas a donde pudieran reiniciar el ciclo natural y establecer una parodia de la recurrencia. El Comisario Inspector abrió la puerta de su auto, que ante el brusco cambio de la situación, había dejado de ser un refugio.

- Y ahora a dónde vamos? -pregunté
-Quiero darme una vuelta por el velorio de la última lógica asesinada. Parafraseando el lenguaje de la derecha ultramontana, quienquiera que sea el asesino, me parece que cometió un grave error al meterse con mujeres. Las mujeres y la lógica constituyen una mezcla rara.

-Por suerte- dije -parafrasea usted muy bien

-Es una postura reaccionaria, lo admito.Pero ser reaccionario esta poniéndose de moda el auto se movía con agilidad por la calle resbaladiza.

- Supongo que el velorio es en SOLOG.

-Por supuesto.Dónde iba a ser? Le confieso que tengo una curiosidad enorme por ver como prepararon el lugar.

Arriba nuestro, la tormenta seguía. Ocupaba aún la mitad de la ciudad, pero estaba en retirada. Se desplazaba gradualmente hacia el río. Algo de eso me disgustaba. Hubiera querido saber que estaba haciendo en esos momentos la Dama de la Torre, la acosada Lady Chevesley, en su chalet art décó de la Provenza.Habría cedido finalmente a los requerimientos de Guillaume de la Tour ?

lunes, 15 de marzo de 2010

Historia Crítica de la Ciencia Argentina

Historia Critica de
la Ciencia Argentina
Julio Orione

Capital Intelectual, 100 páginas


“Cuando en 1930 el general José Félix Uriburu derrocó a Yrigoyen, en el país existían embriones de ciencia madura, en consonancia con las tendencias e intereses de los países centrales. Pero, simultáneamente, crecía el desinterés entre los sectores dominantes por el pensamiento científico, es decir, libre (el término ‘librepensador’ caracterizaba en esa época al partidario del pensamiento científico, progresista, antidogmático y racionalista: el darwinismo era el emblema de ese progresismo). Un desinterés que se conjugaba y potenciaba con el auge de una corriente teórica iniciada como ‘antipositivismo’ pero que, de hecho, terminó oponiéndose al racionalismo y al pensamiento científico.”

En su Historia Crítica de la Ciencia Argentina, Julio Orione retoma las posiciones y posturas de se disparan contra la ciencia (en colaboración con Sergio Núñez), y traza la línea que describe el subtítulo: “Del proyecto de Sarmiento al reino del pensamiento mágico”. Es muy notable, desde ya, un libro que retoma categorías que en tantos ámbitos se consideran “obsoletas” a pesar de su indeseable y tenaz presencia entre nosotros: el ser reaccionario, el espiritualismo, la intervención de la Iglesia Católica (sin olvidar el fascismo y el racismo) como los enemigos de una línea de pensamiento progresista y racionalista, y que apuntan, sin ninguna duda, a todos los discursos posmodernos y anticientíficos que plagaron nuestras facultades y que afortunadamente, según parece, están en retroceso (en tanto se revelaron como la filosofía exigida por el neoliberalismo que azotó nuestras sociedades).

En cierta forma es reconfortante que alguien, sin pelos en la lengua, llame a las cosas por su nombre, en momentos en que puede resultar “políticamente incorrecto” defender la nefasta política universitaria del peronismo, por ejemplo, o rescatar la figura de Sarmiento como el fundador de un proyecto científico nacional (y poco conocido, desde ya), o de recordar los antecedentes reaccionarios y antisemitas de figuras como Angel Gallardo entre tantos otros; produce un efecto refrescante una lectura que no casa con muchas corrientes de los estudios sociales de la ciencia, que si bien son más sofisticadas y académicas, a veces, en virtud de esa misma sofisticación olvidan el papel que juegan el oscurantismo y la reacción, así sin aditamentos. Leerlo no sólo es importante. Además, hace muy bien.

jueves, 11 de marzo de 2010

La Dama de la Torre: Capítulo 13

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El funeral, oscuro ritual de la humanidad, sufre el embate de la sociedad postindustrial. En las calles, los coches fúnebres hipnotizan a los transeúntes con sus artilugios, espejos que intentan hacer de los ataúdes un utensilio descartable, sustituible. Mientras tanto, el Comisario Inspector y nuestro fiel narrador viajan de una punta a la otra de la ciudad, intentando atar los cabos de una cuerda que se ha ramificado, hecho enredadera, vuelto caos, confusión y literatura. La muerte asiste, tranquila, al entierro ficticio de los lógicos.



CAPITULO 13



- La diplomacia - dijo el Comisario Inspector - es el arte de lo trivial. Y si nos ponemos estrictos, la diplomacia no existe.

El embajador inglés, en efecto, parecía asignar una importancia exagerada a cada uno de sus gestos. Por ejemplo, me ofreció fuego, pero sus ojos seguían con toda evidencia a la mano que portaba el fósforo, describiendo en el aire un trayecto desmesurado. Los dedos, largos y flexibles como sábanas de Eton o Cambridge, se movían como torres graciosas y en miniatura, o como lanzas que un grupo de alabarderos cruzara cada tanto: de ellos parecían desprenderse como un plasma tratados internacionales, corrimientos de fronteras, votos conjuntos de cooperación transnacional, y guerras. Nos había recibido en un salón desusadamente grande, aún para las dimensiones algo fantasiosas de una embajada imperial. Sin embargo, los muebles se acumulaban en un único rincón, mientras que en el otro extremo habían dejado como al descuido una mesa rústica donde se nos invitó a sentarnos. Cerca de la cabecera, una mesita rodante exhibía una enorme cantidad de bebidas. Eran botellas algo cóncavas, con etiquetas monocordes, y, pese a su cantidad, parecían todas iguales. Cerca de la entrada, habían instalado una pajarera bastante grande, de caña hueca, con multitud de trapecios, donde se balanceaban, casi inmóviles, como animalitos embalsamados, dos o tres parejas de cintillos. Lo curioso es que las puertas de la jaula estaban ostentosamente abiertas, pero ninguno de los cintillos se movía, como si hubiera comprendido, al fin, las paradojas de la libertad. Algunos empleados pasaron cargando un busto de la Reina de Inglaterra, que el embajador cambiaba constantemente de lugar, trasladándolo ya al jardín victoriano que se adivinaba detrás de los pesados vidrios, ya a las diferentes alas del palacio. Jamás permanecía más de cuarenta y ocho horas en el mismo sitio, y los fatigados esclavos del embajador habían terminado por aborrecerlo. En el lenguaje coloquial de la embajada recibía el nombre de Su Majestad Portátil.


El embajador inglés hablaba alambicadamente, poblando el lenguaje de síncopas innecesarias e interrupciones, como si cada palabra fuera producto de los turbios manejos de la política internacional. Ocupaba la cabecera de la mesa como al descuido. A su izquierda, en sillas medio rotas e incómodas, los delegados obreros, encabezados por Avelino Andrade, se movían impacientes. Nosotros nos ubicamos del otro lado de la mesa, cerca de la pared, que ofrecía señales de recientes reparaciones, y en la cabecera opuesta dormitaba, más que estaba sentado Sir Antony Parsons, el traficante de ataúdes.


-El estado de la cuestión -decía el embajador inglés- es...ejem -y se levantaba para señalar un precioso jarrón oriental, que hasta entonces había pasado completamente inadvertido, detrás de una cortina.- ¿Ven ustedes estas rajaduras? Fueron producidas por el terremoto de San Francisco, en l905...el jarrón...era...propiedad de un melómano famoso, conocido por su extravagancia. Lo había comprado a un anticuario insigne, abuelo de nuestro Decano de anticuarios, nuestro conocido Simón de Indias ....pero vayamos a los mapas, las cartas geográficas.


Y entonces descorrió unas cortinas verdes y vimos un mapa pinchado con alfileres de colores, una especie de carnaval geográfico, que señalaba el movimiento algo impreciso de las fronteras en el sudeste asiático.

- ¿Ustedes no piensan que es hora de frenar la expansión soviética? -preguntó-. Según nuestros servicios de inteligencia, los rusos piensan crear entre sesenta y sesenta y dos nuevos principados comunistas en los próximos diez años. Y pretenden llamarlos repúblicas populares! No es absurdo? -y volvió a la cabecera de la mesa. Dejó un rato la mirada fija en la gran pajarera-. Ejem...en qué estábamos? En la bebida? Cuál es la bebida predilecta de ustedes?

Hubo un poco de confusión entre los delegados del sindicato combativo, presididos por Avelino Andrade, que miraban absortos la incoherente decoración del salón. Sir Anthony Parsons optó por el whisky sin dudar, o por lo menos sugirió el whisky con su cabeceo. El Comisario Inspector pidió agua de seltz ligeramente azucarada. Yo elegí brandy galés.

Pero los sindicalistas no se decidían. Se consultaban entre ellos, como si estuvieran decidiendo el futuro entero de un solo golpe. Ante esos susurros, que se prolongaban más allá de todo protocolo, el embajador ordenó que les sirvieran vino en copas vienesas. Era un vino finísimo, según se leía en la etiqueta, un beaujolais traído de Francia, originario de los viñedos de Guillaume de la Tour,en l'Arbre sur l'Oise, cercanos al chalet donde ahora se escondía la Dama de la Torre.

El silencio se hizo espeso mientras los sindicalistas tomaban su vino a pequeños sorbos. Al embajador inglés parecía no importarle. El traficante de ataúdes dormitaba, cetrino, la cabeza baja, como si mirara la mesa con profundo interés. Sir Anthony Parsons no lo hubiera hecho mejor. Lady Chevesley chillaba en su escondite provenzal, plagado de calandrias y conejos, junto a los suaves ríos de la dulce Francia, donde se había refugiado, y donde se veía obligada a resistir el asedio insensato del pomposo caballero Guillaume de la Tour.

Pero la Dama de la Torre era una inglesa típica, poco dispuesta a perder tal condición por el solo hecho de haber cruzado el Canal de la Mancha.

Finalmente, Avelino Andrade se decidió a romper el silencio.

-Las Malvinas son argentinas- dijo.

-No importa de quién son- dijo el embajador inglés-. Lo importante es que sean de alguien. Ese es todo el secreto del colonialismo.

-Tiritamos- se despertó Sir Antony Parsons, el traficante de ataúdes-. Es un viento glacial el que avanza desde el sur.


-Los vientos avanzan desde donde pueden -contestó el embajador inglés -la meteorología esta llena de misterios.

-El azúcar apenas modifica el agua de seltz -observó el Comisario Inspector .

-Aunque no lo crean, todavía no he elegido mi bebida -dijo el embajador inglés estirando la mano hacia una botella donde burbujeaba un líquido violeta. Desde el jardín, se alzó el canto de un ruiseñor, al que respondieron gorriones y cintillos en libertad. Era una algarabía ornitológica que parecía deliberada.

-Nos inclinamos ante las circunstancias -tosió ligeramente Sir Anthony Parsons. Tenía una voz sumisa.

Los delegados obreros se balancearon, sin aceptar por completo esa muestra de sometimiento. Al embajador inglés pareció encantarle ese balanceo, porque empezó a moverse el también. Los cintillos fijos de la pajarera se movieron y los trapecios empezaron a oscilar levemente. Los delegados obreros semicerraron los ojos. Pese a la combatividad de que hacían gala, en el fondo solo ardían aún algunas pocas chispas de marxismo, mezclados con algo de socialismo utópico, elementos dispersos de la doctrina socialcristiana y hasta rudimentos (muy tenues) de la economía de mercado. Ahogadas por la evolución, todas esas ideologías incoherentes eran como líquidos que habían terminado por mezclarse. Los delegados se movían imitando, sin saberlo, los complicados protocolos de la diplomacia. Afuera, volvió a cantar el ruiseñor, esta vez en la clave cifrada del caballero Guillaume de la Tour.

-La perfección reside únicamente en lo microscópico -dijo entonces el embajador inglés. Los delegados obreros sacudieron la cabeza mientras el fondo acuoso de las pupilas cambiaba de nivel y parecía salpicar los párpados. Corríamos el riesgo de agitar las negras e inestables aguas de la política internacional.

-También en la policía -se apresuró a intervenir el Comisario Inspector-. Representa a la Ley y el Poder sin fisuras. Por eso es inseparable de la arbitrariedad. La lógica y la coherencia la destruirían por completo.


El embajador de Inglaterra parecía haber caído en una ensoñación -No -dijo-. Lo perfecto es el átomo. Partículas girando en órbitas infinitesimales e inestables, saltando de un lado a otro, y emitiendo rayas espectrales de energía e inclinó la cabeza hacia atrás, en forma despareja.

En un arranque de audacia, los delegados obreros empezaron a hablar. Lo hacían a borbotones, y a duras penas se entendía, pero eso no importaba, ya que a ellos, como al embajador, sólo les interesaba lo fragmentario. La lucha de clases les impedía concebir la totalidad. Con circunloquios confusos, exigieron la apertura de las fábricas de ataúdes.


Como siempre, el embajador de Inglaterra contestó en forma aproximada. -Las fábricas de ataúdes sólo ocultan ceremoniales evidentes -dijo- Para qué quieren abrirlas? Están firmando un tratado. Negociándolo, ya que los tratados se urden, se urgen. Y en cuanto a la cuestión levantó una mano, siguiendo la trayectoria de una mosca, que zumbaba en el aire extraterritorial de la embajada es....poco lo que puedo avanzarles....mi investidura y mis instrucciones no siempre coinciden. A veces me conceden poderes plenipotenciarios, pero me ordenan no hacer nada, y otras veces me prohiben firmar el más mínimo papel, pero me urgen a la acción. La diplomacia requiere grandes dotes interpretativas, y no dudo de que en algún momento se convierta en una rama del psicoanálisis. Pero..ejem...temo aburrirles, o mejor dicho, temo improvisar, o cometer ilícitos en un terreno que, como ustedes saben, pertenece al Derecho Internacional Público y Privado.

Y luego de una pausa, continuó :- Ataúdes? Dijeron ataúdes?

Hicimos un gesto a medias entre el sí y el no. Justo en el centro de las tablas de verdad.

-Y lógicos -completé- Ataúdes y lógicos son los problemas que nos preocupan.

Y aquí se suscitó una cuestión, ya que tanto los delegados obreros como Sir Anthony Parsons argumentaron que el problema de los lógicos no les atañía.

El embajador inglés aplaudió imperceptiblemente. -Ataúdes y lógicos. Oí esa conjunción cuando estudiaba en Oxford y me especializaba en ciencias políticas, con la esperanza de ingresar al servicio civil. Elaboraba una tesis doctoral sobre Inestabilidad Constitucional en el Cono Sur. Ustedes piensan que razonablemente se pueden escribir treinta páginas sobre semejante tema? Y bebió unos sorbos del líquido violeta. El tercer secretario de la embajada apareció como por encanto y le susurró unas palabras al oído.

El embajador de Inglaterra se enfrentó lánguidamente con nosotros -Me temo que debo dejarlos- dijo-. Me informan que hay un mensaje para mí de un importante personaje, y una invitación formal del Director del Departamento de Matemáticas de la Facultad de Ciencias Exactas. Pueden ustedes hacer uso de este salón. Lo único que debo recomendarles es que no traspasen los límites de lo verosímil.

Y desapareció de pronto entre los cortinajes que daban al jardín.

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lunes, 8 de marzo de 2010

James Watson, las mujeres y los negros


El escándalo producido por los dichos de Don James Watson, Premio Nobel 1953 y codescubridor de la estructura de la doble hélice junto al fallecido Francis Crick (de quien, si mal no me acuerdo, Watson decía que era más inteligente o más imaginativo que él), provocó una oleada de rechazos y acusaciones de racismo. Justas, pero más justas serían acusaciones de imbecilidad.

La discusión sobre quiénes son más inteligentes que quiénes carece de sentido, desde ya, porque nadie puede definir con asomos de claridad lo que es la inteligencia (¿el que juega mejor al ajedrez?, ¿el que se las arregla para resolver problemas matemáticos con menor dificultad?, ¿el que resuelve el problema de la supervivencia en condiciones en que otros no lo harían?, ¿el que se aprovecha y se apropia de la ayuda norteamericana con criterios norteamericanos y la deposita en bancos norteamericanos para disfrute personal?).

Pero carece aún más de sentido cuando se aplica a grupos humanos enteros, como “los negros, los blancos, los verdes o los amarillos”. ¿Hay una correlación directa entre la forma en que los pigmentos de la piel absorben la luz y algunos de los factores citados más arriba? El simple hecho de atacar las posturas de Watson es caer en la trampa y aceptar una discusión que está muy por fuera de los rumbos tanto de la ciencia como de la evolución social y política. Tal es el truco. Watson no quiere imponer sus posiciones: quiere que se las discutan, y sólo con eso se da por satisfecho, ya que instala un problema cerrado, del mismo modo que los antievolucionistas norteamericanos.

El grave problema aquí es la persistencia de personas o grupos que, ya sea para brillar por sus exabruptos, ya sea por convencimiento, necesitan sentirse parte de grupos superiores a otros. En el siglo XIX la historia era con las mujeres: Gustave Le Bon, el fundador de la psicología social y autor del muy famoso libro La psicología de las masas (1895), espantado ante las propuestas de algunos reformadores norteamericanos, que querían facilitar el acceso de las mujeres a la educación superior, escribía: “El deseo de darles la misma educación y, como consecuencia, de proponer para ellas los mismos objetivos es una peligrosa quimera... El día en que, sin comprender las ocupaciones inferiores que la naturaleza les ha asignado, las mujeres abandonen el hogar y tomen parte en nuestras batallas, ese día se pondrá en marcha una revolución social y todo lo que sustenta los sagrados lazos de la familia desaparecerá”.

Naturalmente este tipo de cosas se apoyaba en argumentos científicos (como los que usaría después el darwinismo social). En algunos círculos antropológicos y médicos franceses se puso de moda considerar la inteligencia proporcional al peso del cerebro. Paul Broca (1824-1880), profesor de cirugía clínica de la Facultad de Medicina de París, fue un líder de esta corriente y fundó la craneometría: sobre una muestra de doscientos cadáveres, calculó el peso medio del cerebro masculino y el femenino y concluyó que el hombre era 181 gramos más inteligente que la mujer. (Watson podría proponer mediciones parecidas respecto de la “ayuda” del FMI.) Naturalmente, hubo quien objetó esta linealidad entre tamaño e inteligencia, y el contraargumento de Broca es interesante: “Como sabemos que las mujeres son menos inteligentes que los hombres, no podemos sino atribuir esta diferencia en el tamaño cerebral a la falta de inteligencia”. Lo cual demuestra que las mujeres son menos inteligentes que los hombres, como ya sabíamos.

Hay algo que siempre sorprende entre estos fanáticos de clasificación de la inteligencia; ninguno, que yo sepa o haya oído, y por más científicamente que haya trabajado, llegó a la conclusión de que su grupo era menos inteligente que otros. Por alguna misteriosa razón, que Watson quizás pueda explicar, siempre el grupo estudioso de la inteligencia queda en la punta de la pirámide: ¡oh casualidad!

Miremos esta perla salida de la pluma del inefable Le Bon, psicólogo social y que se publicó en la revista antropológica más importante de Francia, allá por 1870: “En las razas más inteligentes, como entre los parisienses, existe un gran número de mujeres cuyo cerebros son de un tamaño más próximo al de los gorilas que al de los cerebros más desarrollados de los varones. Esta inferioridad es tan obvia que nadie puede discutirla siquiera por un momento. Todos los psicólogos que han estudiado la inteligencia de las mujeres reconocen que ellas representan las formas más inferiores de la evolución humana y que están más próximas a los niños y a los salvajes que al hombre adulto civilizado. Sin duda, existen algunas mujeres distinguidas, muy superiores al hombre medio, pero resultan tan excepcionales como el nacimiento de cualquier monstruosidad, como, por ejemplo, un gorila con dos cabezas; por consiguiente, podemos olvidarlas por completo”.

Bonito, ¿no? Pero no muy lejos de Watson. Lo que los dichos de Watson sí demuestran, y sin lugar a dudas, es que haber ganado el Premio Nobel no es necesariamente un signo de inteligencia. Quizás Watson aspire al  próximo Ignobel.

viernes, 5 de marzo de 2010

Club del chiste

 Envíennos sus chistes sobre ciencia a leonardomoledoblog@gmail.com

Un científico yanqui y uno gallego estaban discutiendo sobre sus respectivas universidades. El primero dice: "Mira lo inteligente que somos en mi universidad que vamos a poner un satélite en órbita alrededor de la Tierra para poder estudiar mejor ciertas aplicaciones prácticas de la física gravitatoria..." y mientras el científico yanqui sigue hablando, el gallego empieza a reirse, se tira al piso doblado de la risa, y se levanta con lágrimas en los ojos. "Por qué se ríe usted, señor?", pregunta el yanqui. "A eso le llaman ustedes los gringos ser inteligente?!" dice el gallego "fijate que nosotros vamos a mandar un satélite al Sol". "Ustedes están locos", dice el yanqui, "nadie puede ir al Sol sin morirse abrasado". "Pero si serás idiota, te piensas que los gallegos somos tontos o qué? Es que lo vamos a mandar de noche!".

miércoles, 3 de marzo de 2010

La Dama de la Torre: Capítulo 12


La comunidad SOLOG sigue perdiendo a sus estimados miembros a manos de un asesino de Lógicos. La ciudad acumula muertos sin ataúd. El sindicato se manifiesta. Entre la desaparición de las electrodisipadoras y las muertes de los amantes de la lógica, un personaje parece surgir de manera extraña, reveladora pero inquietante. El embajador de Inglaterra, por razones desconocidas aún para nuestros protagonistas, une las dos historias de caos que atormentan a la ciudad. Tal vez el embajador tenga alguna respuesta, tal vez sólo sea un engranaje más en este gran mecanismo que se alimenta de lógicos y electrodisipadoras. 



CAPITULO 12


Pero los entierros no solo se habían multiplicado hasta la redundancia, sino que habían hipertrofiado la decoración. La falta de ataúdes precipitaba los ritos mortuorios en una pendiente exhibicionista. En los coches fúnebres se instalaban con toda provisoriedad espejos que agregaban a la angustia metafísica la sensación inquietante de multitud. La muerte misma había adoptado contornos nítidos, como si la forma corporal hubiera sido siempre su medida exacta, y el cajón tan sólo un artificio, una obviedad geométrica.

Las calles en ese sentido, parecían no dar abasto, ya que, atrapada por la fascinación de la muerte puramente corporal, aumentada por la magia de los espejos, la gente se incorporaba a los cortejos en forma espontanea, aglomerándose detrás de las camionetas y carrozas negras, y adoptando una pose multitudinaria, más propia de una manifestación política, pero siempre con una correcta pesadumbre. Entre la gente que seguía a los cadáveres se cruzaban comentarios que se filtraban de refilón en la trama cotidiana y de alguna manera la hilaban.

Se decía, por ejemplo, que los cementerios ya no daban abasto y que recurrían muchas veces a trucos precarios: nichos de tierra falsa, fosas revestidas, trajes especiales de acero, y, como recurso extremo, la cremación forzosa (o sugerida).

Sin embargo, este esfuerzo municipal (en el que colaboraban con ideas no siempre felices los funcionarios de la Secretaria de Cultura) no alcanzaba, pese a lo denodado de los esfuerzos y la audacia de algunos funcionarios. En realidad, las artes fúnebres, que nunca fueron consideradas más que una artesanía menor, amenazaban con convertirse en el centro de la civilización.


Se decía también que las misas de cuerpo presente rara vez se llevaban a cabo,ya que eran constantemente interrumpidas por desmayos y breves síncopes. Tampoco era posible respetar los deseos de los muertos respecto de su destino final, y las expectativas de tierra, cremación, nicho o embalsamamiento, quedaban libradas a la oferta de ataúdes de descarte, y los avatares de la burocracia. Al fin y al cabo, eran sólo deseos de cadáveres, promesas hechas no a personas reales, sino a los restos de una mitología necrofílica.

Como se ve, la población entera empezaba a participar no sólo en el pánico de la muerte, sino, lo que era mucho más grave, en la ilusión de su multiplicidad. La muerte misma se revestía de grandilocuencia trágica por mera acumulación. Y al fin de cuentas, todo sirvió para dejar al descubierto los mecanismos funerarios y mostrar que sólo eran lo que siempre habían sido : una solemne tontería.


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lunes, 1 de marzo de 2010

Copérnico y su monolito



“El centro de la Tierra no es el centro del Universo; lo es solamente de la gravedad y de la órbita de la Luna. Todos los planetas se mueven alrededor del Sol como su centro; así el Sol es el centro del Universo.”
Copérnico, Commentariolus

En el parque que rodea al Planetario de la ciudad, hay un par de monolitos que homenajean a dos grandes héroes de la historia de la astronomía: Copérnico y Galileo. Como era de esperar también, ambos fueron fruto de un vandalismo moderado, y el mármol –especialmente en el caso de Copérnico– está roto a botellazos o pedradas con que los chicos que salían de los boliches cercanos competían preparándose para las olimpíadas de astronomía. Así, el monolito de Copérnico (donado por la comunidad polaca) aparece con el mármol quebrado y cada vez que uno pasa delante se encuentra con un medallón que retrata a Copérnico sobre una base imperfecta.

Naturalmente, está mal, pero cada vez que lo miro, no puedo evitar pensar que el monolito tal cual está representa perfectamente al gran astrónomo (y mi científico preferido). Hay cierta correspondencia entre el homenaje y la obra. Porque en realidad, la obra de Copérnico también fue imperfecta; el sistema que surgió de su gran libro Sobre las revoluciones de las esferas celestes, era al fin y al cabo un sistema lleno de errores, y, sobre todo, que despertaba interrogantes que Copérnico no podía responder.

Por empezar, y como no coincidía con las observaciones, obligó al gran astrónomo a agregar epiciclos deferentes al peor estilo ptolomeico (es decir, del sistema que pretendía destronar). Y, además, no era un sistema heliocéntrico, ya que el Sol no estaba en el centro del sistema, sino que todo giraba alrededor de un “sol medio” que se parecía demasiado a ciertos puntos ficticios que Ptolomeo había introducido para subsanar los problemas de su propio sistema.

Copérnico hizo lo que pudo, y leerlo realmente es una experiencia de audacia y genio científico como hay pocas: los Principia de Newton son perfectos, los libros de Kepler son indescifrables por su atmósfera mística, los de Galileo parecen escritos ayer, con el lenguaje de nuestra época y para un interlocutor moderno (un lector de Futuro, digamos), pero el libro de Copérnico es una lucha durísima en una época que no le daba las herramientas para salir adelante y en la que (dice) reina la confusión; baste pensar que sin que Copérnico lo supiera (recibió un ejemplar de su libro ya en su lecho de muerte) “se deslizó” un prólogo apócrifo que presentaba al sistema como absolutamente especulativo y sin pretensiones de describir la realidad. “No es necesario que estas hipótesis sean verdaderas, ni siquiera verosímiles. Alcanza con que provean un cálculo conforme a las observaciones (...) No son por fuerza verdaderas y ni siquiera probables (...) No se las expone para convencer a nadie de que sean verdaderas, sino tan solo para facilitar el cálculo.” El autor del fraude fue Osiander (1498-1552), un teólogo protestante de Wittenberg, y la verdad es que no hay que condenarlo de buenas a primeras al pobre Osiander, que probablemente obró de buena fe, tratando de proteger a Copérnico de los disgustos y problemas de enfrentar a la Iglesia. La verdad es que no hace falta más que leer a Copérnico para darse cuenta de que escribía movido por el más crudo realismo, y no tenía la menor duda de que la Tierra se movía y el Sol ocupaba el centro del sistema.

Y, justamente, primero describe el caos reinante en la astronomía de entonces:

“No todos utilizan los mismos principios y supuestos, ni las mismas demostraciones, pues unos usan solo círculos homocéntricos (es decir, la cosmogonía de Aristóteles) otros excéntricos y epiciclos (es decir, la astronomía de Ptolomeo), con lo que no consiguen los buscados.... y estas cosas no sucederían si se siguieran principios seguros”.

Y cuenta a continuación, que ante tal desorden

“En consecuencia, reflexionando largo tiempo conmigo mismo sobre esta incertidumbre de las matemáticas transmitidas para los movimientos de las esferas del mundo (...) me esforcé en leer los libros de todos los filósofos que pudiera tener, para indagar (...) Y encontré en Cicerón que Niceto de Siracusa (siglo V a.C.) fue el primero en opinar que la Tierra se movía. Después, también en Plutarco encontré que había algunos otros de esa opinión (los pitagóricos, y Heráclides Póntico (siglo IV a.C.) también creían que la Tierra giraba).

Y de inmediato la frase decisiva

“Y así empecé yo también a pensar que la Tierra se movía”.

Y con esa frase comienza la revolución que cambió la ciencia y el mundo. Sin preocuparse de las críticas a enfrentar (¿por qué el aire y los pájaros no se quedan atrás? ¿Por qué la Luna sigue a la Tierra en el espacio? ¿Por qué no se advierte ningún signo de tal movilidad? ¿Por qué el sistema no coincide con las observaciones y obliga a recurrir a los viejos epiciclos y trucos? y sin saber ni poder saber que estaba atrapado en el dogma –que se remontaba a Platón, casi dos mil años antes– sobre la circularidad de los movimientos celestes y que Aristóteles refrendó aún más. Otro argumento en contra era la falta de observación de paralaje estelar: si la Tierra realmente se moviera alrededor del Sol, era un resultado elemental de astronomía que las estrellas se debían ver ligeramente movidas desde un extremo a otro de la órbita. Copérnico contestaba que las estrellas estaban muy lejos para que ese paralaje fuera observable –de hecho tenía razón, y la primera se detectó con telescopios ¡recién en 1826!)–.

Así, el sistema salió medio chueco (Copérnico no cuestionó las esferas de cristal y agregó a la Tierra un inexistente movimiento de trepidación) pero con esas herramientas, tuvo la osadía bárbara de romper con dos mil años de tradición, y –él solo, y el primero en el Renacimiento– producir un cambio tal que el término “revolución copernicana” quedó como sinónimo de transformación total de las ideas.

Por eso, aunque manifiesto mi indignación –como si fuera el mismísimo Osiander– pienso que ese monolito herido refleja perfectamente a uno de los científicos más maravillosos, valientes y profundos de todas las épocas.