viernes, 29 de enero de 2010

Club del chiste

No olviden que pueden enviarnos chistes sobre ciencia a leonardomoledoblog@gmail.com

 

Un grupo de matemáticos tiene un problema. Tienen que medir la altura del mástil para una bandera, pero sólo tienen una cinta métrica, que obviamente no les sirve para gran cosa. Mientras están en eso aparece un ingeniero, le cuentan el problema y, muy práctico, lo que hace el ingeniero es desmontar el mástil, tumbarlo en el suelo, medirlo y volver a ponerlo vertical.

Los matemáticos le dan las gracias y el ingeniero dice de nada con aire de suficiencia. Pero en cuanto se va, uno de los matemáticos le dice a los otros:

- Hay que ver cómo son estos ingenieros, eh? Le decimos que queremos medir la altura, y el tipo se queda todo satisfecho cuando consigue medir la anchura!!!!

miércoles, 27 de enero de 2010

La Dama de la Torre: Capítulo 7


Las universidades esconden secretos, eso lo sabe todo el mundo. Pero ¿qué esconde la Facultad de Ciencias Exactas ubicada junto al río?¿Por qué un biólogo dirige la carrera de Matemática?¿Es realmente rubia la secretaria del Departamento de Matemática o se aclarará el pelo con manzanilla?
Todas estas preguntas, y muchas más, aquejan a nuestros héroes rubicundos. Pero sobre todo una, una sola y profunda pregunta por la Verdad: ¿Qué es una electrodisipadora?
Claro, además de eso, los asesinatos de los lógicos.


CAPITULO 7

-Se da cuenta de que no sabía ni siquiera el nombre?

-También, usted - dijo el Comisario Inspector- preguntarle a un funcionario el nombre de uno de sus subordinados. Es como pedirle que traicione su propia esencia, ya que saber el nombre de otra persona es ponerse a su altura.

-Se llamaba Tomás Moro Simpson- dije, mirando las notas que me había dado la secretaria-. Era famosísimo. Escribio un librito deliciosos que se llama "Dios,el mamboretá y la mosca".

-Lo leí, y efectivamente, es muy ingeniosos -convino el Comisario Inspector- pero para serle franco, como siempre he sido, le diré que no hay nada más pernicioso que su insistencia en los detalles. El nombre y la dirección! Para qué los quiere?

- Cómo para qué?

- El Director los ignoraba por simple soberbia burocrática, pero encubriendo una verdad muy fundamental: los nombres importan muy poco.

Caminamos por el borde de Parque Norte, casi pisando la avenida. Hace veinticinco años toda esa zona era un depósito de piletas municipales semiabandonadas donde sólo se atrevían a bañarse los más audaces. Es cierto que el río no estaba tan contaminado por ese entonces y ofrecía una alternativa válida y por muchos motivos sugerente (en aquella época bañarse en el río no era más que una forma vulgar del snobismo). Algún gobierno militar remodeló puntillosamente la zona por la que casi obligatoriamente debían transitar los extranjeros que asistieran al Mundial de Fútbol de 1978, dándole esa asepsia que los militares le imprimen a todas las cosas, llenándolas de cemento.

Sobre las orillas de la avenida costanera y frente al río se han establecido restaurantes que una memoria empecinada se obstina en llamar "carritos". Lo cual tiene su raíz y a la vez su sinrazón histórica, ya que en alguna época en la avenida costanera hubo efectivamente carritos,c arritos verdaderos, que se transportaban sobre ruedas, y gozaban de cierta propiedad ambulatoria generalmente asociada con los circos. En realidad eran lugares al paso para la venta de sandwiches de chorizo y carne a la parrilla en general. Durante los años sesenta una ordenanza municipal los erradicó de un día para el otro: la leyenda cuenta que se edificaron entonces construcciones fijas y sujetas a ciertas normas de higiene, pero nadie sabe en realidad si estos restaurantes de ahora descienden o no de aquellos carros ambulantes. Sin embargo, el nombre persiste, y es probable que la leyenda, como siempre, refleje puntualmente la verdad.

Rozabamos el mediodía y los carritos empezaban a colmarse de estudiantes y profesores que huían del abarrotamiento de los comedores universitarios. Unos metros más allá, la luz se reflejaba en el río contaminado produciendo destellos venenosos. Una caravana de entierros ordenadamente dispuestos pasó delante nuestro. En los coches fúnebres los cuerpos estaban colocados de horribles formas: sin siquiera mortajas, los ojos abiertos nos miraban fijamente. Gruesos palos los sostenían sentados sobre sillones y sillas desvencijadas, de aquéllas que las familias no tienen inconvenientes en abandonar para beneficio del aparato fúnebre. La caravana entera había aparecido de pronto como un rasgo espontáneo del paisaje. Y se perdió en un recodo de la avenida costanera sin que nos diéramos cuenta.

- Sigue pensando que se trata de una casualidad?- dije señalando a la vez el entierro múltiple y las anotaciones de la secretaria.

-Es una hipótesis difícil de sostener, lo admito -dijo el Comisario Inspector-. pero tenga en cuenta que la casualidad se vale en general de estos recursos. Si no, cómo haría para engañarnos? Pueden morir miles de carniceros. Todos los días mueren químicos y sastres, para no hablar de los médicos y los enfermos, y nadie se conmueve por eso. Por qué deberíamos preocuparnos si los que mueren son lógicos, como si se tratara de una categoría especial de la sociedad? En eso veo una deformación profesional por parte suya.

-Tomás Moro Simpson,de SOLOG,- dije repasando las anotaciones-. Otra vez SOLOG. Doctorado en L'Arbre sur l'Oise, Francia. SOLOG se debe estar despoblando . El Director dijo que le habían pedido un lógico a SOLOG o algo asi?

-Algo así.

-Me temo que antes de entregar otro lógico van a pensarlo dos veces.Y qué me cuenta de la electrodispadora que consiguió el embajador inglés ? Tengo que darme una vuelta por ese anticuario de San Telmo. Allí puede estar el piolín que nos conduzca al centro de la madeja.

-No hay tal centro de la madeja -dijo el Comisario Inspector- este asunto es como el universo: su centro está en todas partes y su circunferencia en ninguna.

-Piensa visitar a la familia del lógico?

- Ni a la de éste ni a la del otro. No veo para qué. No me parece que el problema tenga una explicación en términos de la novela familiar de cada uno. Preferiría buscarle un sentido más general- señaló la dirección por la cual se había perdido el cortejo fúnebre, como un señuelo borroso, en los lindes del Aeroparque.

-Bueno -dije dando cuenta de los restos de la parrillada- está bien. De todo eso me ocupo yo. Usted siga cavilando. Ahora voy a casa.Tengo que trabajar en mi diaria ración de La Dama de la Torre. Estoy en un punto impresionante: el jorobado ya se fué y Lady Chevesley se queda sola en el castillo.

-Qué original -dijo el Comisario Inspector levantándose-. Verdaderamente, muy original.

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martes, 26 de enero de 2010

Otras voces, otros mundos

La verdad es que cada vez que se descubre un planeta extrasolar, uno no sabe si alegrarse o entristecerse. Alegrarse, por aquello del progreso de la ciencia, los nuevos horizontes, el conocimiento del universo y todo eso; pero entristecerse por la pequeñez, la miserabilidad, la poca importancia a que nos reduce. Porque por más acostumbrados que estemos a la Guerra de las galaxias, Viaje a las estrellas, la saga de Alien, y tutti le fiocchi, esas sagas interplanetarias son de factura nuestra, inequívocamente terrestres, con toda la simbología de espadas, de luz o de metal, que ya fueron, o si no serán, analizados por sutiles ideólogos del tema, que, agazapados, cada tanto brindan un trozo de sus elucubraciones.

Pero más allá de nuestras tristezas o alegrías, la nueva moda de los planetas extrasolares (“los planetas extrasolares se usan mucho esta temporada”, oí decir a una señora en un shopping), ya lleva 166 trofeos desde el año 1995, cuando apareció el primero. No a simple vista, desde ya; finos telescopios registraban pequeños movimientos de caderas (bamboleos) en estrellas, que revelaban el tirón de algún planeta, en general gigante, al estilo Júpiter o más. Desde hace poco, los planetas extrasolares empezaron a verse, lo cual es un paso adelante.

Eran planetas grandes, macizos, probablemente gaseosos, como Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno, bestias astronómicas que pese a su prepotente presencia planetaria no son sino grandes esferas de gas. Es lógico: con instrumentos gruesos, y a semejantes distancias, lo que se ve es lo conspicuo y lo pregnante, lo que ocupa mucho espacio, lo brutal, lo sin medida: mirando a lo lejos con binoculares, descubriríamos primero el Himalaya que las leves dunas entrerrianas.

Pero esta vez el premio fue más interesante: en vez de una porquería gaseosa (aunque grande, inmensa), apareció un planeta rocoso, es decir, estilo terrestre, alrededor de la estrella Gliese 876, situada a 15 años luz de la Tierra en la constelación de Acuario. Un planeta símil Tierra (o Venus, o Mercurio, o Marte), contante y sonante; al que ya clasificaron como “primo mayor” (lo cual es sin duda una exageración; es un poco temprano para perderse en analogías familiares, que predicen una larga ristra de tíos, cuñados, suegros e hijos no reconocidos planetarios).

Pero hay algo que no se entiende claramente: ¿cómo se sabe que este planeta sin nombre es “rocoso”? Muy simple: alrededor de la estrella Gliese 876, situada a 15 años luz de la Tierra en la constelación de Acuario, orbitan además del susodicho otros dos planetas, inmensos esta vez, cuyo tirón gravitatorio produce en Gliese el bamboleo que los delató. Pero resulta que los astrónomos norteamericanos de la Institución Carnegie (Washington) que los detectaron por primera vez encontraron un bonus track en el asunto: un bamboleo extra, menudo, tenue, casi imperceptible, que no se explica por los dos grandes planetas gaseosos, y ¡helo aquí!: con una masa entre 5,9 y 7,5 veces la de la Tierra y una temperatura en superficie entre 400 y 700 grados, que volvería redundantes las camas solares y las tostadoras eléctricas. Girando alrededor de su estrella a solamente tres millones de kilómetros (la Tierra está a ciento cincuenta millones de kilómetros del Sol) y completando una órbita en sólo dos días. A semejantes velocidades y temperaturas, no hay ninguna posibilidad de que el planeta pueda retener mucho gas, y en consecuencia, debe ser sólido. Sólido, macizo, como la desesperación, la tristeza o la carcajada.

Tenemos, así, un planeta sólido girando alrededor de una estrella razonablemente parecida al sol; si bien los parámetros son diferentes, planéticamente hablando, la cosa empieza a pintar bien.

Obviamente, que un planeta se parezca a la Tierra desata enseguida las fantasías de vida, en este caso extrasolar (es difícil entender por qué despierta tanto nuestra ansiedad, como si el resultado de la vida ennuestro planeta fuera tan placentero), pero naturalmente, por ahora, y por mucho tiempo, caerán en el vacío: al fin y al cabo, Marte también es un planeta rocoso, está aquí nomás y bióticamente todavía no se puede decir nada.

Cuando Copérnico decidió que la Tierra era un planeta igual que los demás, la inhallable Encyclopedia of Spurious Science, en su edición de 1593, lo definió como “un desvarío de quienes aún no han aceptado a Tolomeo”. Cuando se proclamó que las estrellas no eran sino soles lejanos, la misma Encyclopedia (1873) sugirió la conspiración de una asociación masónica para enmascarar la verdad. Cuando se determinó que el universo era un gran mar de galaxias, cada una con cien mil millones de estrellas, la Encyclopedia (1926) tronó contra “quienes pretenden transformar al universo hogareño en un frío producto técnico en base a mentiras sofisticadas fabricadas por aparatos inverosímiles”. En ocasión de detectarse el primer planeta extrasolar, incoherentemente proclamó “que descubrir un planeta extrasolar prueba una vez más que Tolomeo estaba en lo cierto y que tales planetas no existen”. Ahora, al aparecer un planeta extrasolar y rocoso, es previsible que la próxima edición de la Encyclopedia considere “que es una prueba inequívoca de que nuestro planeta, como Júpiter, es una simple esfera de gas”.

lunes, 25 de enero de 2010

Modigliani



Amedeo Modigliani - Seated Nude. 1917

viernes, 22 de enero de 2010

Club del chiste

No olviden que pueden enviarnos chistes sobre ciencia a leonardomoledoblog@gmail.com


Un astrónomo, un físico y un matemático que estaban viajando en un tren por Escocia vieron por la ventanilla una oveja negra en medio de un campo. "Qué interesante" dijo el astrónomo, "todas las ovejas escocesas son negras". Al oírlo, el físico respondió. "¡No!, algunas ovejas escocesas son negras". Al oír lo que decían, el matemático dijo con cara de reproche "En Escocia hay al menos un campo que contiene al menos una oveja, que tiene al menos un lado negro".

miércoles, 20 de enero de 2010

La Dama de la Torre: Capítulo 6

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Otro día más sin ataudes en la ciudad. Otro lógico asesinado. Los muertos, lentamente, invaden las calles. Desde la Torre, la Dama vigila. ¿Podrán nuestros héroes resolver los enigmas que están por venir?



CAPITULO 6

La Facultad de Ciencias Exactas es un edificio por muchas razones extravagante. Data de fines de los años cincuenta, y fue terminado en la década siguiente. Ese solo dato bastaría para configurar un misterio, ya que los años sesenta fueron extraños, misteriosos. Como entonces predominaba una variante local -aunque algo folklórica- del internacionalismo académico, el edificio fue diseñado por un arquitecto noruego y toda su concepción está dirigida a soportar los rigores del invierno escandinavo. Fue, más que nada, una aventura teórica, y así nació ese palacio nórdico de dos pisos, arbitrariamente colocado frente al río, donde sobrevuelan los efluvios y la inmundicia de los balnearios municipales. Algunos metros más allá, se elevan dos pabellones más: son grises, feos, están desde hace años sin terminar y recuerdan vagamente los dibujos de Piranesi.

Adentro del edificio las escaleras y los pasillos se entrecruzan sin mucha lógica. Hay ascensores también, ascensores viscerales, automáticos, que se mueven misteriosa y lentamente en las entrañas del edificio, y que casi nunca funcionan. De todas maneras, a los alumnos no les está permitido utilizarlos. El duro aprendizaje de la ciencia se hace a escalera limpia.

Los pasillos, por otra parte, rara vez conducen a lugar alguno. Son más bien conceptos que recursos de la arquitectura. Y si algún alumno avispado logra preguntarse: ¿a dónde va? ¿a dónde vamos con todo esto?, le contestan que los pasillos, plataformas y pasadizos, como los enigmas, solo culminan en recovecos. Pero los alumnos no suelen comprender esto, y forman centros de estudiantes, asociaciones de protesta y comisiones de reparación que recuerdan al SCOF.

En el segundo piso, se amontonan las oficinas de los profesores full-time del Departamento de Matemáticas, a lo largo de un corredor que se pierde en las tinieblas del sector sudeste (lo cierto en que en ese edificio conviven cuatro ciencias que se toleran difícilmente y luchan todo el tiempo entre sí). Las puertas son herméticas, ligeramente macizas, completamente lisas y construídas en la bella madera de chilenel. Una minúscula plaqueta en el ángulo superior derecho de cada puerta, indica la identidad del ocupante.

El lógico había sido asesinado en la mitad de ese preciso corredor, en el corazón mismo del Departamento de Matemáticas de la Facultad. Hay mucho de empírico en este nuevo cadáver, en este corredor. Como era de prever, asistimos a una repetición: un grupo de tres alumnos murmuraba cerca del muerto. Quién se acuerda de un lógico una vez que esta muerto y de su cuerpo, con el suspiro final, como antes escapaba el alma, ha escapado hasta el último de los metalenguajes ? Los alumnos se santiguan; son costumbres atávicas que han recrudecido de repente, ante el giro que tomo la situación, y las preguntas infantiles que suscita un cadáver. Esto mismo me va a ocurrir a mí? Habrá resurreccción de la carne? La lógica: sobrevive a la muerte, o desaparece con ella? Es sólo cuestión de tiempo?

No debe sorprendernos este tipo de preguntas: pese a cierta fingida madurez, los alumnos no han abandonado aún la adolescencia, y en todo caso se han desprendido de ella como quien se saca un traje para vestir ropas más deportivas. Como un pájaro, que abandona un plumaje y se siente todavía incómodo en su nueva condición. Por eso esos murmullos de desaprobación ante la muerte, que surgen deformados, del mismo modo que surgen deformados en la boca de la Dama de la Torre, que no sabe ya en que idioma suspirar, mientras retoza, en su cama de badalquines y borlones, en brazos de un jorobado infame. Cómo se ha filtrado ese monstruo deforme en esta realidad compacta? No importa. Desaparecerá con ella, será arrastrado por el fluir de la novela, sin dejar rastros.

Los alumnos, en cambio, no. Seguirán estando. Han abandonado ese aire de neorrealismo italiano que alguna vez tuvieron, cuando a través de siglas y banderas estaban aliados con las verdaderas fuerzas que un día iban a cambiar al mundo. Abandonaron la lógica dialéctica, la lógica hermenéutica, la lógica simbólica, para chillar como marranos reclamando la continuidad de la sociedad civil que aceptan sólo en calidad de rampa o trampolín para el ascenso social. Se adecuan ahora al estilo del Nuevo Orden, que gira como una calesita sobre el pivote común del jean y la remera, que sobrevuela la moto y la estampa del Che Guevara. Perciben la vida como un fluído sutil que corre con debilidad por las cañerías de la sociedad de masas. La realidad ha terminado por ser pura experiencia empírica, tiene consistencia televisiva y es en la pantalla donde, con su adolescencia abandonada a cuestas, miran azorados a los policías, que, adultos detentadores del poder,zumban alrededor del cadáver, dibujando su forma en el suelo de baldosas del Departamento de Matemáticas, tratando de captar la precisa posición del más allá.El rostro de los policías les parece brutal, pre-hegeliano. Alguien saca fotos. Los policías, por cierto, también miran televisión.

El Comisario Inspector dialogó brevemente con ellos. -Un balazo esta vez,- me comentó.-Por lo menos hay alguna variación.

-Y el arma?

-Misterio.Misterio total. Desapareció como una vulgar electrodisipadora. Lo malo que tienen estos asesinatos es que nos dejan cadáveres perfectamente lógicos, es decir, sin fisuras que puedan conducir a la verdad.

-Esas son todas las conclusiones que sacó?

El Comisario Inspector dirigió una mirada despectiva a los policías -para sacar conclusiones hay siempre un único camino: recurrir a las fuentes del poder. Antes que ponerme a mirar huellas digitales y compararlas con las de Bertrand Russell, prefiero entrevistar directamente al Director del Departamento de Matemáticas.

Pero no es tan fácil. La secretaria del Director del Departamento de Matemáticas nos cierra el paso. Es una rubia bonita y convencional, perfecto subproducto de la burocracia universitaria.

-Imposible verlo dice está en una reunión. Una reunión importantísima con el embajador de Inglaterra.

-Acaba de producirse un crimen le informo

Ella se encoge de hombros. Y qué le importa un crimen? A lo largo de su experiencia como burócrata de la facultad, ha visto muchos crímenes. Ha visto alumnos arrancados de las aulas y conducidos,en autos sombríos,hacia un destino incierto.Ha presenciado tiroteos en los techos, y chicas y chicos arrastrados, moribundos, hacia los baldíos que conforman el justo fondo de la Ciudad Universitaria. Y alguien se conmovió por eso? Apenas un puñado de mujeres locas y empecinadas.

-Pero es urgente que lo veamos -argumenté, mientras el Comisario Inspector sacaba su credencial y la colocaba sobre la mesa. Mi desesperación no surtió efecto, pero la credencial produjo una reacción instántanea. Aterrada, la secretaria rompió los sellos que clausuraban la reunión de su amo, y un instante después, el mismísimo Director del Departamento de Matemáticas, en la puerta de la Dirección, nos daba la bienvenida.

Era un viejito simpático, algo octogenario, que había alcanzado esa alta posición por los avatares de la política. De matemáticas, lo desconocía casi todo: su especialidad era la Historia Natural, y su sonrisa bondadosa reflejaba un pasado de herbolarios y bosques petrificados, de paciente observación de las aves migratorias y colecciones de huesos en vitrinas ad-hoc. Algo de los ríos precámbricos campeaba en su voz, elementos dispersos de geologías pretéritas, y células iniciales que pacientemente habían abierto su camino a través de la maraña prehistórica para dar paso a la multiplicidad de las especies.

Sobre un sillón de respaldo alto y plagado de almohadones, se reclinaba el embajador inglés,un hombre mediano y hermoso, sorprendido por la incesante maravilla del mundo, de edad regular no perturbada por ninguna arruga, muy propenso a la megalomanía y la nostalgia. Lo atraía lo mórbido, y su pasión principal era la paranoia que cultivaba como un deporte de moda, sin tomársela muy en serio. Despreciaba a su país y en general a todos los demás países, a los que consideraba simples aberraciones de un planeta demasiado confiado en sí mismo.

-Incorpórense a la reunión dijo el Director del Departamento de Matemáticas la diversidad y el choque de ideas no pueden sino enriquecernos.

-Este es el segundo lógico asesinado dijo el Comisario Inspector sentándose sobre el brazo de un sillón algo pesado y un poco grande para las dimensiones de la Dirección.

-Y el único lógico que teníamos nosotros dijo el Director del Departamento de Matemáticas,consternado Parece ser un problema, porque, según me dicen, la lógica es imprescindible para el correcto funcionamiento de las matemáticas. Eso no ocurre en la biología, donde todas las cosas, felizmente, son al azar. Ahora, deberé contratar a otro lógico, y no me queda ningún cargo para ofrecerle.

- No puede usar este mismo cargo, tan desgraciadamente vacante? preguntó el embajador inglés .

-Por una disposición de la Facultad, los cargos no son hereditarios profesionalmente dijo el Director del Departamento de Matemáticas fué establecido a instancias del Departamento de Biología, que considera que de este modo se favorece la selección natural.

-La selección natural es el peor sistema posible dijo el embajador inglés los resultados lo demuestran perfectamente y se sumió en una ensoñación: Tennyson y Shelley no eran ajenos a ella. T. S. Elliot, sin embargo, había quedado afuera.

-Ustedes necesitaran algunos datos- dijo el Director del Departamento de Matemáticas, revolviendo una caja llena de papeles a ver..... no se como se llamaba... en realidad, lo conocía muy poco. Cuando accedí a la direccción de este departamento, debido a las intrigas del Departamento de Biología, mis asesores y el centro de estudiantes me reclamaron lógica.

-Es natural. dije.

-No lo sé dijo el Director del Departamento de Matemáticas Yo soy biólogo. Las matemáticas me aburren profundamente, y en realidad las ignoro por completo.

- Y entonces por qué aceptó este cargo ?

- Intrigas políticas dijo el Director Mi querido señor: la política y la ambición forman una combinación espantosa. Usted no se imagina las cosas que ocurren en esta Facultad. Pero querían lógica, y les dí lógica. Contraté a este señor. Y ahora lo acabo de perder!

- Y de dónde lo sacó?

-Lo pedí a SOLOG, que me lo mandó enseguida.Lo cual desmiente, dicho sea de paso, la acusación de ineficiencia que siempre pesa sobre las instituciones filosóficas. Qué es lo que necesitan?

-Todos los datos posibles.

- Desgraciadamente, no tengo ninguno. Ignoro hasta el nombre que tenía. Pero pueden pedírselo a mi secretaria. Yo sólo me ocupo de asuntos académicos. Lo único que puedo decirles es que, mientras lo asesinaban, alguien vió desde las ventanas pasar un Peugeot azul.

El embajador inglés pareció despertar hay algo que quería comentarles dijo. Ayer tuve un golpe de suerte. Un anticuario de San Telmo me vendió una electrodisipadora en perfecto estado, por unas pocas monedas. Inglesas, es verdad, pero no por ello dejan de ser pocas, y de ser monedas.

- Una electrodisipadora? -pregunté.- Y para qué la quiere?

-Soy un apasionado de las máquinas dijo el embajador inglés- y las colecciono. Verdad es que mi colección, hasta ahora, consta de un único objeto, pero la unicidad tiene indudables ventajas, especialmente en lo que hace a clasificación y almacenamiento.

-Es verdad- admití.

-La única verdad es la realidad dijo el Director del Departamento de Matemáticas, confundiéndose de década.

-La única verdad esta en lo microscópico corrigió el embajador de Inglaterra. Complicadas maquinarias de abastecimiento fúnebre se condensaban en el aire abarrotado de la Direccción.

- Y por qué cree que lo mataron? -pregunté al anciano naturalista.
El director del departamento se encogió de hombros la muerte es un fenómeno natural. La biología descriptiva no puede comprenderlo ni evitarlo. Ni siquiera confirmarlo. Me han dicho que para eso están los médicos.

-Y los policías completó el embajador inglés.

-Me parece que no vamos a sacar grandes conclusiones aquí dije al Comisario Inspector mejor probemos con la secretaria. Para este tipo la facultad es sólo un escenario donde se manifiestan a su modo las leyes generales de la biología.No creo que un asesinato pueda impresionarlo.

- Y para qué quiere grandes conclusiones? -preguntó el Comisario Inspector

-Grandes Ilusiones corrigió el embajador inglés .

- Me podría decir dónde compró la electrodisipadora?- le pregunté.

-Por supuesto el embajador inglés garabateó una dirección sobre una tarjeta en blanco usted también se interesa en la tecnología?

-Algo así dije mientras salíamos. La secretaria, impresionada por nuestra familiaridad con los poderosos, nos proporcionó sin chistar todo lo que le pedimos: nombres, direcciones y teléfonos, ya que para eso, y no para otra cosa, están las secretarias.


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martes, 19 de enero de 2010

Haruki Murakami, baños y machismo en la ciencia


Quienes sean capaces de gozar las delicias de Haruki Murakami, en especial Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, cuya lectura debo –y es justo admitirlo– al consejo magnífico de un enemigo mortal, se encontrarán en Kafka en la orilla con la siguiente escena en una biblioteca privada: dos personas, pertenecientes a un organismo encargado de encontrar discriminaciones edilicias antifeministas, critican el hecho de que la biblioteca no tenga baños separados para hombres y mujeres. “Tal como puede observar, contesta Oshima (el encargado de la biblioteca), esta biblioteca es muy pequeña y no tenemos lugar para construir lavabos para hombres y otros separados para mujeres. Probablemente, sería deseable que los hubiera, pero por otra parte hasta ahora ninguna de nuestros usuarias se ha quejado, y si ustedes defienden el uso de lavabos separados por principio (como la mujer había dicho), les sugiero que se dirijan a la compañía Boeing en Seattle y les expongan el tema de los lavabos en los Jumbo. Los Jumbo son mucho más grandes que esta biblioteca y están muchos más llenos de gente y, por lo que sé, a bordo los lavabos son de uso compartido. Y dado que usted piensa en términos de principio, es de lo más pertinente.”



Ante la contundencia de la argumentación, las dos militantes-de-los baños-diferenciados-por-sexo (perdón, género) retrocedieron a una línea de defensa misérrima “no estamos investigando el problema en los medios de transporte” y se fueron. Estos excesos de lo políticamente correcto no dejan de ser divertidos, pero lo cierto es que el argumento es interesante porque fue uno de los que se usaron cuando se quiso impedir que fuera mixto el colegio Montserrat de Córdoba, el Mariano Acosta en Buenos Aires y ¡horror de los horrores! el mismísimo Colegio Nacional de Buenos Aires. Sin embargo, la discriminación y los baños tienen más anécdotas, una larga historia. El argumento fue utilizado en situaciones que dan que pensar: la alemana Emmy Noether (1882-1935) demostró teoremas importantísimos de invariancia necesarios para la teoría de la relatividad, inició el estudio de los grupos noetherianos, y para abreviar, era, en el campo de las matemáticas, una de las figuras más eminentes. Pues bien, en 1915, impulsada por el mismísimo David Hilbert, el matemático más importante del momento, se vio impedida de aspirar a un cargo en Gottinga por el solo hecho de ser mujer. Hermann Weyl, uno de los matemáticos del grupo Bourbaki, recuerda el argumento que usó Hilbert: “No me parece que el sexo del candidato sea un argumento para su admisión como Privatdozent; al fin y al cabo, esto es una universidad y no un establecimiento de baños públicos”, a pesar de lo cual no consiguió su objetivo y recurrió a la argucia de anunciar que las conferencias las daría él y haciéndolas dar luego por Noether.

Tampoco hay que olvidarse en la línea del machismo en la ciencia a la propia Marie Curie (que cuando quiso estudiar física en Polonia le recomendaron un curso de cocina) y luego en Francia, siendo titular de dos premios Nobel, le negaron el ingreso a la Academia Francesa de Ciencias por ser mujer (y con el pretexto de un enredo amoroso con Paul Langevin). O que a Lise Meitner, descubridora de la fisión del uranio, le escamotearon el Nobel en favor de Otto Hahn, que no había hecho más que los experimentos, y ante los resultados obtenidos, estaba perplejo hasta que ella aportó la solución. O también a Rosalind Franklin, ninguneada en la asignación de los premios Nobel por el descubrimiento de la estructura del ADN. Y sin hablar de Sophie Germain (1776-1831), que hizo trabajos importantísimos en teoría de números y se carteaba con Carl Friedrich Gauss usando el seudónimo de Monsieur Le Blanc para que él le diera bolilla.

En fin, historias de feminismo exagerado divertidas y de machismo real nada divertido, pero que pueden llevar a cualquiera que lea esta contratapa a introducirse en la literatura maravillosa de Haruki Murakami.

domingo, 17 de enero de 2010

"Las amenazas a la democracia no vienen del populismo sino del neoliberalismo" (Parte II)

SEGUNDA PARTE DE LA ENTREVISTA A ERNESTO LACLAU, TEORICO POLITICO, AUTOR DE LA RAZON POPULISTA


–¿Y el peronismo qué tipo de populismo fue? ¿Un populismo fascista? ¿Un populismo de izquierda?
–Definitivamente no fue un populismo fascista... fue un populismo que se volcó hacia la izquierda en el proceso de devenir central. Si pensamos en el peronismo de los años ‘60 en la Argentina, ahí hay cada vez más cantidad de demandas insatisfechas. Y de otro lado, el significante del retorno de Perón adquiere una centralidad cada vez mayor. Eso no tuvo nada que ver con un populismo de tipo fascista.
–Bueno, en esa etapa no. Pero en un primer momento parecería ser que sí, que lo que hacía y lo que proponía era muy similar a lo de Disraeli.
–Yo no lo veo para nada así. En primer lugar, Perón produjo un discurso en el cual él no estaba en contra de la lucha de clases. Cuando hablaba de “Braden o Perón”, lo que trataba de hacer era dividir a la sociedad en dos campos y, por lo tanto, hacía lo opuesto de Disraeli: en lugar de difuminar las fronteras internas, las creaba. Hay que pensar cómo funcionaba un sistema político en la Argentina en los años anteriores al peronismo: era absolutamente clientelista, todo se resolvía por las mediaciones de los punteros. Había, entonces, demandas que eran completamente individualizadas: no era un sistema como el de Disraeli, porque no se trataba de un clientelismo burocrático sino de un clientelismo clientelista, de un clientelismo de bases. Entre la demanda de la mujer que quería que atendieran primera a su hija en un hospital y la demanda de un hombre para casar rápido a su hijo no se formaba ninguna cadena equivalencial. Todo se resolvía a nivel local, por los punteros y los caudillos. El sistema funcionaba relativamente bien hasta 1930, cuando viene la crisis. En ese momento, las demandas que llegaban desde la base no podían ser satisfechas por el sistema institucional. Ahí se da una situación prepopulista, porque empieza a haber demandas insatisfechas por un lado y un aparato que no las puede absorber. En ese momento, a cierta altura, alguien de afuera del sistema empieza a interpelar a esos sectores de abajo por afuera de todo el sistema institucional. Ese es el origen del peronismo. Yo veo al peronismo como algo que creó un discurso de la ruptura interna de lo social, no como un discurso de la absorción individual de las demandas. Después empezaron a crear un sistema en donde esas demandas sí pudieran ser resueltas. Pero ese espacio que construyeron se daba siempre en oposición: en oposición a la oligarquía, al poder, a Estados Unidos. La mayor ruptura se da en esos años. Después empieza la gran apuesta, que es lo que viene después del ‘55. El argumento de la oligarquía restaurada sí era parecido al de Disraeli: absorber demandas individuales para que no se formaran las cadenas equivalenciales.
–¿Y por qué fracasó ese proyecto?
–Por muchas razones. Porque las inversiones extranjeras no representaron la fuente de desarrollo económico que se pensaba que iban a representar. Por el poder de la oligarquía ganadera en Argentina, que todavía están por acá dando vueltas y que exigían continuas devaluaciones. Faustino Fano, el presidente de la Sociedad Rural Argentina en 1960, usaba una palabra en todos sus comunicados que funcionaba como clave. Decía que los productores rurales se sentían “desalentados”. Cuando la gente leía eso en un comunicado, inmediatamente sabía que había que comprar dólares, porque sabía que lo que se pedía era una devaluación. Si la devaluación no se producía, el Ejército sacaba los tanques a la calle. Que el Ejército saque los tanques a la calle para imponer decisiones a un gobierno elegido democráticamente (al cual se supone que está subordinado) es lo que en cualquier país del mundo se llamaría “golpe de Estado”. Acá se llamaba “inquietud de las Fuerzas Armadas”. Al final, el juego semiológico había llegado a ser tan obvio que un día Fano salía del despacho presidencial y los periodistas le preguntaron: “¿Va a usar en su comunicado la palabra ‘desalentado’?”. El contestó: “Todavía no, pero dentro de una semana la vamos a usar si el gobierno no toma medidas”. Piensen que Frondizi, en efecto, sufrió 14 semigolpes de Estado.
–Ahora no sale el Ejército, los mismos ruralistas cortan las rutas.
–Sí, claro. Esas fuerzas no han dejado de existir, pero las podemos combatir mejor hoy en día. Aunque tienen un poder de convocatoria tremenda.
–¿Usted nota un proceso de derechización muy fuerte en la sociedad argentina?
–Creo lo contrario. Por un lado, a nivel del poder, se está evidentemente en una situación defensiva muy fuerte. Por otro lado, el poder popular se ha incrementado. Los Kirchner han representado un cambio importante desde esa perspectiva.
–Aparte en este momento, en Latinoamérica, hay una serie de gobiernos que se podrían denominar populistas de izquierda...
–Yo creo que este proceso habría que verlo en una secuencia histórica más amplia. Tradicionalmente, la democracia y el liberalismo no se dieron juntos. A principios del siglo XIX, la democracia era un término peyorativo, mientras que el liberalismo estaba perfectamente bien visto. Se requirió todo un largo proceso de revoluciones y reacciones para que liberal-democrático pasara a ser una unidad aceptada. Yo creo que en América Latina esa unificación nunca se dio. En primer lugar, el liberalismo fue la forma en que las oligarquías tradicionales organizaron la sociedad en la segunda mitad del siglo XIX. Esos regímenes eran liberales pero no eran democráticos en absoluto. Las demandas populares de los nuevos sectores a partir de comienzos del siglo XX empiezan a cristalizarse de maneras no liberales, como, por ejemplo, a través de las dictaduras nacionalistas. Entre liberalismo y democracia no se dio ningún tipo de articulación. Creo que en los últimos 30 años, después de las dictaduras más horripilantes que golpearon tanto la tradición liberal democrática, la base de esta unión empieza a ser plausible. Creo que hoy ya es evidente que ningún movimiento nacional y popular puede poner en cuestión las formas democráticas.
–¿Y se está formando una unión entre lo nacional popular y lo democrático como se formó en Europa y Estados Unidos entre lo liberal y lo democrático?
–Creo que estamos avanzando hacia ello. La gente muchas veces me pregunta si no creo que el populismo es una amenaza a la democracia. Yo creo que las amenazas a la democracia en América latina nunca han venido del populismo sino del neoliberalismo.
–Y una vez que estén dadas las condiciones para que emerja el populismo, ¿de qué depende que se oriente hacia la izquierda o hacia la derecha?
–Es que no es que primero se dé el populismo y luego se oriente hacia la izquierda o hacia la derecha. Las dos cosas se dan desde el comienzo mismo. Lo que sí se da es que a veces los movimientos comienzan de manera ambigua. Pongamos por ejemplo el caso del fascismo italiano: Mussolini era socialista originalmente. Lo que empieza a ocurrir es que después de la Primera Guerra Mundial la gente empieza a percibir que todo el orden institucional es un sistema que se está desintegrando, y que se necesita una refundación del sistema político. Es frecuente que la gente, en una situación de desorden generalizado, se sienta amenazada y demande un cierto orden. Cuál va a ser el contenido de ese orden es una consideración secundaria, en la medida en que haya un cierto orden.
–Esta manera de ver las cosas... ¿No nos hace depender demasiado de la figura del líder que aglutina las demandas?
–Yo no creo que el líder tenga ese tipo de centralidad. Si bien es cierto que la aglutinación de demandas depende un poco de la figura del líder, también es cierto que el ascenso de un líder (y no de otro) depende de las demandas que están en la base. Por un lado, los gobernantes se transforman en el símbolo de los gobernados, pero por otro lado los gobernados crean las bases para la constitución de este líder. Esto tiene que ver con la teoría freudiana de la distancia entre el “yo” y el “yo ideal”. El “yo ideal” es la figura del líder: si los particulares son débiles, el “yo ideal” ocupará un papel más central. Pero en otras circunstancias, la distancia entre el “yo” y el “yo ideal” no es tan grande, y entonces es un hermano el que ocupa el lugar del padre. Yo siempre tengo desconfianza de las teorías que hablan del “líder manipulador”. Porque para manipular a alguien, ese alguien tiene que dejarse manipular. Y muchas veces la acción del supuesto manipulado sobre el manipulador es una gran parte del proceso.
–Cuando uno piensa en el gran proceso de marginalización que se dio en Inglaterra, con los cerramientos, es inevitable pensar que toda esa gente pobre que era lanzada a los caminos iba a convertirse, sin siquiera imaginarlo, en la base de lo que iba a ser la Revolución Industrial. El proceso de marginalización que se está dando ahora: ¿puede ser parte de un proceso más grande, como la marginalización esa fue parte de la Revolución Industrial?
–Aquí lo que se está dando es una terciarización, por lo cual no parece haber ninguna forma obvia o equivalente a lo que fue la Revolución Industrial. La identidad de obrero industrial ya no es tan central ahora: estamos ante otro tipo de sociedad. El vínculo económico no tiene la misma importancia que tenía en la época de Marx. Yo creo que la forma de recomposición social no va a estar dada por la estructura económica simplemente, sino que va a estar dada por algún tipo de forma política.
–¿Cómo sería eso?
–Es lo que empezó a intuir Gramsci. La heterogeneidad social, según él, es un mundo que sólo puede reconstituirse a través de la hegemonía, es decir, de la acción política.
–En Hegemonía y estrategia socialista usted habla de “radicalizar la democracia”. ¿Por qué tenemos que radicalizar la democracia?
–Para vivir en un mundo mejor.

sábado, 16 de enero de 2010

"Las amenazas a la democracia no vienen del populismo sino del neoliberalismo" (Parte I)

 DIALOGO CON ERNESTO LACLAU, TEORICO POLITICO, AUTOR DE LA RAZON POPULISTA



El populismo ha estado cargado de connotaciones negativas, pero para Laclau el populismo no es un movimiento que baje directamente del líder hacia el pueblo sino, a menudo, todo lo contrario, y puede convertirse en una opción genuinamente progresista para América latina.


Por Leonardo Moledo y Nicolás Olsevicki


–¿Qué representa para usted el populismo? ¿Qué es? ¿Qué papel juega en la transformación social? Porque es un movimiento que se asocia, generalmente, a lo irracional. Y es muy criticado desde las posturas más clásicas de la izquierda.
–Bueno, le voy a dar, para comenzar, un ejemplo. Supongamos que en una localidad hay un grupo de gente que le pide a la municipalidad que cree una línea de ómnibus para llevarlos desde el lugar donde viven al lugar donde trabajan. Supongamos, también, que la demanda no es satisfecha, con lo cual se genera una frustración. Si esa gente empieza a ver que alrededor de ellos hay una serie de otras demandas que tampoco son satisfechas (con respecto a la salud, a la escolaridad, a la seguridad, por ejemplo), entre todas esas demandas insatisfechas se empieza a crear una cierta solidaridad, y se empieza a ver que hay una especie de distancia entre el espacio en el cual se generan las demandas populares y el poder. Ese tipo de distancia empieza a crear una especie de división en el campo social entre el poder y el ámbito popular. Es decir: empezó a surgir el clima donde el populismo puede emerger.
–No está basado en relaciones de clase...
–No, o por lo menos no necesariamente. Está basado en una cantidad de demandas insatisfechas que se articulan espontáneamente de determinada manera. En cierto momento la gente empieza a advertir que entre todas las demandas insatisfechas se establece lo que yo llamo en mi teoría una “cadena de equivalencias”, porque todas ellas expresan un cierto rechazo respecto de un sistema. Ahí es donde se crean las bases para el populismo, la existencia de un pueblo que se enfrenta al poder establecido.
–Si la demanda es esa línea de ómnibus, y se puede articular con otras demandas parecidas, ¿por qué tenemos que pensar que es algo antisistema y no movilizador del sistema? En el sentido en que el sistema tendría que funcionar de todas maneras...
–Eso no determina cuál va a ser la naturaleza del enemigo. El populismo no es en sí ni malo ni bueno: puede avanzar en una dirección fascista o puede avanzar en una dirección de izquierda. El maoísmo, por ejemplo, fue un movimiento populista en el cual las masas de China, que estaban desorganizadas por la invasión japonesa, consiguen una expresión a través del Partido Comunista. Pero también fue populista el fascismo italiano. Otra vez: el populismo no es ni bueno ni malo: es el efecto de construir el escenario político sobre la base de una división de la sociedad en dos campos.
–¿Pero cómo puede ser un elemento de la acción política, si no es ni bueno ni malo?
–La acción política tiene siempre lugar entre dos polos: el institucionalismo y el populismo. El institucionalismo es la absorción individual de las demandas por parte de un sistema que impide que se cree la cadena de equivalencias. Ese es el caso de Disraeli en la Inglaterra del siglo XIX. El decía: “La sociedad inglesa está completamente dividida en dos campos, y si seguimos así vamos a acabar todos como Luis XVI. Lo que hay que hacer, cuando hay dos naciones, es crear una nación. Ahora bien: ¿cómo crear una nación? Sobre la base de la absorción individual de las demandas”. Toda la teoría política del torismo inglés estaba basada en la creación de una sola nación mediante la absorción individual de las demandas, impidiendo que se crearan cadenas equivalenciales que dividieran a la sociedad en dos campos. Toda esta ideología después pasa a la idea del Estado de Bienestar: absorber demandas para que no haya puntos de ruptura en la sociedad. Era el reemplazo de la política por la administración. La sociedad iba a ser dirigida de un modo administrativo sin que hubiera ningún punto de ruptura política. Ese era el lema que en el siglo XIX proclamaba Saint-Simon: hay que pasar del gobierno de los hombres a la administración de las cosas.
–Digamos que si reemplazamos la palabrita “administración” por “gestión”, eso tiene connotaciones bien actuales en la Ciudad de Buenos Aires...
–Sí. Ese fue el lema de todo el positivismo: en la bandera brasileña, aún hoy, el lema es “Orden y progreso”. Les doy un ejemplo opuesto: si pensamos en el fenómeno de Solidaridad en Polonia, aparece lo contrario. Al principio, las demandas eran muy individualizadas: eran los obreros de los astilleros Lenin que pedían determinadas cosas muy puntuales. Como esas demandas y esos símbolos se plantean en una sociedad en las cuales muchas demandas no están siendo satisfechas, empiezan a ser los símbolos de una totalidad social.
–Y comienza a formarse la cadena de equivalencias. ¿Qué es exactamente esa cadena?
–Pongo un ejemplo: si hay demandas con respecto a transporte, a vivienda, a seguridad, a educación, la gente empieza a percibir que entre todas esas demandas hay una cierta solidaridad, porque todas se refieren a algo que no es satisfecho. Lo que se necesita después es que toda esa cadena se cristalice en determinado símbolo...
–¿Por ejemplo?
–Perón. Esa forma de cristalización es, por un lado, lo que llamo un significante hegemónico. Hegemonía quiere decir que una cierta particularidad, en determinado momento, asume el rol de algo mucho más amplio de lo que la particularidad originaria representaba. Del otro lado, tiende a ser un significante vacío, puesto que para representar la totalidad de la cadena debe romper sus vínculos con la particularidad originaria (y entonces representa algo que la rebasa ampliamente). Cuando se da ese juego, por el cual ciertos significantes pasan a ser hegemónicos y vacíos, tenemos populismo.
–¿Y eso no se parece un poco al bonapartismo?
–Digamos que el bonapartismo es una de las formas posibles de eso, pero el fenómeno es mucho más amplio.
–¿Cómo se da el paso de la cadena de equivalencias a esa cristalización, ese paso de la particularidad a la universalidad?
–Bueno, es una transición que no tiene por qué ser lógica y que depende de muchos avatares históricos. A la cuestión de si hay algo en el significante originario que lo lleva a ser el punto de confluencia de todas las demandas, la respuesta es que no. Muchos significantes pueden actuar así. Como decíamos antes: podemos llegar a tener un populismo fascista, un populismo de izquierda...

viernes, 15 de enero de 2010

Club del chiste

Agradecemos a "Pequeña Alesita" por sus colaboraciones que iremos publicando en este Club del Chiste. Les recordamos a todos que pueden enviarnos sus chistes sobre ciencia a leonardomoledoblog@gmail.com

Están un matemático y un ingeniero en una isla desierta, y encuentran una palmera con un coco. El ingeniero se trepa, agarra el coco, lo rompen y se lo comen. Al rato vuelven a tener hambre, pero esta vez encuentran un coco en el piso, al pie de la palmera... El ingeniero esta a punto de festejar cuando el matematico agarra el coco, lo sube a la palmera y lo deja ahí arriba. Cuando baja el ingeniero le pregunta por qué hizo eso...
- Antes había un coco en la palmera- empieza a explicar el matemático-, te subiste y lo agarraste. Recién el coco estaba en el piso, y subiéndolo a la palmera ¡lo transformé en un problema que ya tiene solución!

miércoles, 13 de enero de 2010

La Dama de la Torre: Capítulo 5

>> Ir al capítulo 4


Al mismo tiempo que el asesinato del famoso lógico Gregorio Klimovsky, la ciudad ha quedado carente de ataudes. Misteriosamente, la única fábrica ha cerrado; nuestro narrador y el Comisario Inspector Díaz Cornejo deciden ir a investigar. Tal vez los dos sucesos tengan que relación, tal vez la respuesta a uno de los misterios se encuentre en el otro, y viceversa. Tal vez...

CAPITULO 5

La calle de los funebreros también se repetía, como diseñada por un urbanista loco. Creímos pasar dos veces por el mismo sitio sin darnos cuenta, y esta reiteración, completamente innecesaria, nos llenó de inquietud.

Casas bajas e idénticas se acumulaban, con zaguanes profundos y puertas enrejadas. Sentadas en los umbrales, unas mujeres gordas se abanicaban con pantallas de papel. En las veredas algunos hombres se movían dudosamente, sonámbulos, como si les faltara materia resistente, algo que les diera dureza y mantuviera erecto el esqueleto. Las dentaduras estaban carcomidas y torpemente arregladas. El plomo asomaba aquí y allá. Cada tanto, una amalgama desprendida dejaba al descubierto inmensas cavernas dentales. Eran caries geológicas, capaces de nutrirse del alimento escamoteado a los cuerpos. Eran seres comidos por sus propios dientes, un anticipo sutil pero moderado de la antropofagia. En todos los ojos flotaba la nostalgia de un pasado poblado de ataúdes. Pasamos sin mirarlos, pero ellos nos miraban. Usaban largos bastones rematados en cruces fúnebres y eran idénticos en todo.

Mostraban interés por nosotros, como un pueblo primitivo que se acerca a adorar al explorador que piensa someterlos. Cuando nosotros caminábamos, trotaban detrás nuestro. Si nos deteníamos, ellos se detenían también.

El Comisario Inspector eligió uno al azar y empezó a interrogarlo. El ritmo con que se apantallaban las matronas disminuyó hasta extinguirse de a poco. De todas maneras, era innecesario, ya que no hacía calor. Dijo llamarse Avelino Andrade, y lo decía en serio, porque hasta su propio nombre parecía atormentarlo: era sólo una nomenclatura, es cierto, pero cargada de implicaciones peligrosas. Hacía ya dos meses que estaban sin trabajo. La fábrica había cerrado repentinamente y ellos sólo subsistían de sombras.

- ¿Por qué se cerró la fábrica?
- No lo sabemos- dijo Avelino Andrade-. Aunque tenemos nuestra teoría- Pero no nos explicó la teoría. Los bastones se movían al compás de las sílabas, creando una terrible armonía de toc tocs-. Y desde entonces, estamos sin trabajo.

- ¿Y el sindicato qué dice?

- ¿El sindicato? No dice nada. La CGT se ha burocratizado hasta un extremo tal que ni siquiera creo que se hayan enterado.

- ¿Y ustedes tampoco hicieron nada? - pregunté. El silencio que siguió fue repentino.

- ¿No hicieron nada? - volví a preguntar. La sola pregunta sonaba amenazadora. Los obreros se dispersaron. Las matronas entraron en los zaguanes profundos. Frente a nosotros, solo y temblando, Avelino Andrade parecía un sobreviviente.

- Sí -dijo al fin-. Formamos un sindicato combativo. Yo lo presido.

- ¡Un sindicato combativo!- sonaba anacrónico.

- SCOF: Sindicato Combativo de Obreros Funerarios. Estamos haciendo gestiones para depender de la Séptima Internacional.

- No sabía que habían llegado a la séptima.
- Hay muchas más de las que usted se imagina -dijo Avelino Andrade. Su voz estaba llena de bajos profundos, pero en el fondo se percibía un chirrido espasmódico y molesto- Nuestro sindicato terminará por destruir la burocracia sindical.
- A la policía le encantan los sindicatos combativos - intervino el Comisario Inspector-. Nos garantizan que no tendremos desocupación.

-  ¿Y qué piensan hacer?

- Un plan de lucha.

- ¿Hasta el final?

- Hasta el final- Obviamente: ¿qué mejor para un sindicato fúnebre que llegar hasta el final? Sin embargo, aunque Avelino Andrade trataba de transmitirnos el misterio de la Revolución, sólo destilaba un jugo residual, una sustancia totalmente volátil, que no alcanzaba espesor verdadero, y que por lo tanto, no convencía. Podía ser o no ser un plan de lucha, pero parecía de juguete.

- ¿Y ya lo comenzaron?

- Estamos buscando un slogan para poder empezar - dijo el presidente -. Tenemos dificultades con el slogan, como usted se imaginará. "Los ataúdes para quienes los trabajan" nos pareció que podía ahuyentar a la gente. "Un ataúd para cada uno" tampoco nos convence del todo. Sugiere demasiado explícitamente la represión.

- "La muerte para todos"- aventuré.

- Sospecho que ese slogan no va a atraer mucho a las masas -dijo el Comisario Inspector -. ¿Por qué no dejan que los slogans los fabrique la policía, como lo hizo siempre ? - Avelino Andrade empezó a decir algo en voz baja, pero no le entendíamos nada. Empezaba a utilizar el lenguaje de la clandestinidad, y en su boca cariada ya crecía un código secreto, como un animal minúsculo.

- Me gustaría ver la fábrica - dijo el Comisario Inspector- ¿Nos acompaña?

El presidente del SCOF miró alrededor, buscando perdón o complicidad, pero alrededor no había nada. Un relámpago de desconfianza cruzó los ojos y se apagó sólo a medias. -No les va a servir de nada - dijo al fin.

-  ¿Por qué? - Miramos hacia la mole rígida, al final de la calle. Más que una fábrica, parecía un esquema.

- Miren - explicó el sindicalista combativo -  al revés de lo que piensa todo el mundo, la fabricación de ataúdes es un proceso complicado. La madera se prepara de una manera sutil, como una ciencia exacta. Primero se la pule, en bruto, hasta que la viruta sale de un blanco lechoso. Luego se le inyectan resinas especiales. Después las lustradoras, bueno, pueden imaginarse lo que hacen. Y entonces, recién entonces, cuando parece que todo esta listo, pero en realidad no lo está, la madera entra en las electrodisipadoras, que son la cúspide y la clave del arte funerario. Sin las electrodisipadoras, no se puede hacer nada.

- ¿Cualquier madera sirve?

-  Las maderas son muchas  - dijo Avelino Andrade como al azar-.  Pero no todas toleran semejante uso. El pinus ellitis, por ejemplo, es común, pero las coníferas de fibra muy larga terminan combándose con los años. Son bienvenidos el eucalipto y el viraró, el guatambú a medias, y muchas veces se emplea también, aunque es rarísimo, la fibra y la nervadura de magnolia.

-  ¿Y el sándalo?

- A veces - dijo Avelino Andrade - Pero el perfume puede molestar al cadáver. La madera más usada es el chilenel.

- ¿El cierre de la fábrica no se deberá a un exceso de automatización?- pregunté.

- La automatización no cierra las fábricas - dijo el Comisario Inspector-. Simplemente elimina a los obreros.

- Tiene razón - dije -. Obviamente, tampoco puede atribuirse a una brusca caída de la demanda. El mercado de ataúdes debe ser lo más estable del mundo.

-  Salvo en pocas de represión despiadada -  acotó el Comisario Inspector -.  En esas ocasiones, la demanda suele subir.

- No lo crea. En esas ocasiones, la gente suele ser enterrada sin ataúd por el simple expediente de tirarla al río.

- Es verdad. Lo que pasa es que uno tiene una visión muy romántica de la represión.

- La fábrica cerró porque las electrodisipadoras... - dijo Avelino Andrade, vacilando ante la idea de revelarnos la verdad.

- ¿Las electrodisipadoras qué ?

- Desaparecieron.

Traté de imaginarme todas aquellas máquinas: las lustradoras, las sierras, los precisos tornos, los exquisitos aparatos que preparaban la madera para el dulce contacto de los cadáveres, las tenues maquinitas, que daban a las tablas funerarias el lustre de la inmortalidad, la falsedad del espejo, para que en ellas se reflejen los deudos durante los larguísimos velorios, las primorosas pinceladoras, que pintaban de oro y grana las ventanitas que se colocan en los cajones para tener atisbos de la sonrisa de los muertos. - ¿Y las electrodisipadoras qué hacen? - pregunté.

- Ah - dijo Avelino Andrade- Las electrodisipadoras son la clave de todo.

- Pero ¿qué hacen?

Y en ese preciso momento empezó a sonar la chicharra del radio llamado del Comisario Inspector, que se llevó el aparato al oído y estuvo escuchando el mensaje confuso de la tecnología, plagado de interferencias que sonaban a espanto en la calle vacía.

- El Jefe de Policía -dijo el Comisario Inspector con resignación-. Mataron a otro lógico. Esta vez en la Facultad de Ciencias Exactas. Vamos para allá.

Nos fuimos, casi derrotados. Todo el barrio osciló en una misma frecuencia de alivio: fue un sacudón unánime y seco. Nos imaginamos a los niños encerrados en cuartuchos, o en armarios, y a las matronas abanicándose en enormes dormitorios de madera de ataúd.

>>Ir al Capítulo 6

lunes, 11 de enero de 2010

El momento más antiguo

Esto ocurrió en 1992, en la provincia de Córdoba, en La Cumbre, La Falda o alguno de esos pueblos que se suceden en el valle de Punilla. El asunto es que ese año, en julio y allí, se realizó la decimotercera reunión internacional de la Asociación (también internacional, desde ya) de Relatividad General.

El hotel estaba lleno de estrellas relativistas, de la cual la más brillante, o una de las más brillantes, era Roger Penrose, autor de La mente del emperador y temprano colaborador de Escher en la concepción de esos dibujos cuyo uso hasta el hartazgo hizo que perdieran el encanto sin sentido de la sorpresa. Penrose además había trabajado estrechamente en los más importantes trabajos de Stephen Hawking y luego había sido opacado por él debido al desgraciado hecho de no padecer de esclerosis lateral amiotrófica. La verdad me costó mucho conseguir una entrevista con él: era consciente de su papel de estrella y no me dijo nada especialmente interesante. También me acuerdo de que en la conferencia plenaria que dio (completamente abarrotada de relativistas) me perdí por la mitad, pero alcancé a escuchar la siguiente frase del principio: “Nadie que crea en la mecánica cuántica puede trabajar seriamente con ella”, o quizá “nadie que trabaje en mecánica cuántica puede creer seriamente en ella”, vaya uno a saber.

La caza de Penrose terminó siendo (relativamente) exitosa, pero no era la única presa interesante en esa multitud relativista. En algún momento, me acerqué a un tipo flaco y alto, de unos 45 años, que estaba en el lobby tomando café junto a una mesita: resulta que era uno de quienes, muy recientemente, con el satélite COBE, había detectado pequeñas fluctuaciones en la radiación de fondo, que data de cuando el universo tenía apenas trescientos mil años de edad y que no era tan uniforme como se creía, una uniformidad era justamente un obstáculo para la teoría del Big Bang..., porque si todo era exactamente uniforme, el universo consistiría en un gas totalmente uniforme también, sin estrellas, ni galaxias ni blogs.

“Pero no”, me dijo, mientras tomaba el café, “finalmente encontramos pequeñas fluctuaciones: el universo inicial tenía variaciones que explicaban por qué las galaxias pudieron formarse”.

“Y dígame”, pregunté, “¿qué le pasó cuando vio las señales y comprendió que la radiación fluctuaba?”

“No se lo puedo explicar”, y abrió los brazos: “¡Estábamos viendo lo más antiguo que ningún hombre había visto jamás!”.

“¿Y después?”, pregunté.

“Y después avisamos lo que habíamos obtenido y los teléfonos empezaron a sonar.”

Se llamaba John C. Mather y hace cuatro años, el 3 de octubre del 2006, le dieron el Premio Nobel de Física.

viernes, 8 de enero de 2010

Club del chiste

 Agradecemos a "Pequeña Alesita" por sus colaboraciones que iremos publicando en este Club del Chiste. Les recordamos a todos que pueden enviarnos sus chistes sobre ciencia a leonardomoledoblog@gmail.com


¿Cuál era el científico que tuvo menos sexo? 

Heisenberg, porque cuando encontraba el momento no encontraba el lugar, y cuando encontraba el lugar no encontraba el momento

miércoles, 6 de enero de 2010

La Dama de la Torre: Capítulo 4




Qué impide relacionar una cosa con la otra. Cuál es el lugar de la lógica en este extraño universo. Cuál es la relación necesaria entre la vida y la literatura, la ficción y la realidad. ¿Existe acaso la diferencia?
La ciudad no tiene ataudes y los muertos amenazan con poblar las calles, un asesinato inexpugnable suspendido en el aire, un best-seller gótico que amenaza con volverse real. He aquí la cuarta entrega de La Dama de la Torre.

CAPITULO 4

Al fin y al cabo la vida es monocorde, como un desliz. La muerte de un lógico y la turbamulta de cadáveres desnudos que presagiaba la falta de ataúdes no eran más que puntos neurálgicos de una trama que ya de por sí es difícil develar. Hay que reconocer que era una época especial. En algún momento me senté a traducir mi diaria ración de best-sellers. A la editorial se le había dado, en ese entonces, por las novelitas góticas en las que mujeres neurasténicas (y muy probablemente frígidas) buscaban monstruos que las violasen a lo largo y a lo ancho de castillos construidos de tal modo que siempre resultaban artificiales. O bien las piedras eran demasiado grandes y no encajaban bien, o estaban talladas con tal exactitud que se adivinaban las máquinas del siglo veinte, o bien el diseño de corredores y cámaras correspondía a una concepción arquitectónica totalmente moderna, que no respetaba para nada el espíritu de la poca. A veces, los estilos se mezclaban y mientras un ala era románica, la entrada y pasillos laterales se internaban profundamente en el manierismo.

Sobre mi escritorio pues, está La Dama de la Torre. ¿Y dónde está? En alguno de esos cubículos medievales e incómodos, gimiendo de terror mientras los hierros de los calabozos producían ruidos espantosos. Los ecos recónditos repercutían en las columnas, llenaban de terror las altas naves, elevándose directamente hacia Dios ...pero no alcanzaban los sombríos aposentos de la Dama de la Torre. La iluminación era pésima y todo era insoportablemente oscuro, alumbrado apenas por candiles que solo lograban convertir la oscuridad en una penumbra sofisticada. Los objetos del tocador apoyados como al descuido sobre un boudoir casette adoptaban formas cambiantes, al compás de la llama, como si susurraran cosas. Ha caído una noche profunda, interrumpida cada tanto por el paso fugaz de un astro que se interna en estas latitudes boreales donde sólo parecen reinar la niebla y la borrasca.
Lady Chevesley se despierta de un sueño repentino: se figuró estar en un castillo del norte, construido de manera artificial, donde los pequeños objetos se movían al compás de la llama del candil, como si susurraran algo. Se estremece imperceptiblemente. Luego, al comprobar que su espasmo puede pasar inadvertido se retuerce en medio de alaridos que no obstante, en el castillo, nadie oye. No sabe si la realidad fluye hacia ella o desde ella hacia afuera. En un extremo de la cámara, cerca del tapiz que disimula la mala factura hollywooodense de las paredes, se abre un ventanuco, cavado en la roca viva por el que se filtra la luz puntual de una estrella. Estamos en el norte, piensa Lady Chevesley, y la luz en el norte es siempre así, lineal. El candil, apenas una mancha amarilla que flota sobre un mejunje grasoso, se agita. La Dama de la Torre escucha el temblor de los grandes portones que vibran con insistencia metálica, como un tambor muy mal afinado. El castillo se ha tornado demasiado grande para ella sola. Desearía algo más, y no sólo la invisible compañía de las alimañas y los cadáveres embalsamados del museo, o los esqueletos todavía encadenados en las mazmorras. La Dama de la Torre sabe y calla: en su corazón se agita una pasión inconclusa.
Pero Lady Chevesley no ve aún lo que yo veo, o por lo menos lo que creo percibir: cierto entusiasmo en los entierros, cierta mayor densidad de coches negros, recorriendo la calle acompasados, ansiosos por mostrarse, apurados por decelerar un trámite necesario. Sólo en un caso vi, en la parte trasera de una furgoneta, un cadáver sin ataúd. Pero ya empezarían a aparecer. Cadáveres desnudos, muertos, cadáveres tocándose, apilados en perversas reminiscencias de Auschwitz y Treblinka, el horror y la parálisis introducidos de contrabando en la magia del amontonamiento. Mostrando aquello de inverosímil que palpita en lo simultáneo, revelando posibilidades de duplicación que destruyen nuestra fe en la cosa única.
La Dama de la Torre no advierte - y seguramente no advertirá jamás-  el suave conflicto policial que se introduce subrepticiamente en su mundo completamente armónico, llenándolo de ritmos. Asesinatos que alteran la continuidad de la novela y amenazan la unicidad de la memoria, que superponen una trama a la otra la verdadera, como quien superpone un dibujo a otro que se ha de calcar. Matan a un lógico mientras mujeres patéticas recorren castillos y castillos, gritando su angustia en todos los idiomas, adoptando poses universales, tratando de construir un esperanto del terror.
Si las calles y las novelas se repiten, ¿por qué no han de repetirse los crímenes y los cadáveres, por qué no ha de adoptar el mundo como norma la repetición, por qué confiamos tanto en que la realidad es como la pesadilla, o el sueño?

lunes, 4 de enero de 2010

El cerebro mágico: por qué Albert Einstein inventó el siglo XX

A fines del siglo XIX, Occidente en general se aproximaba lenta pero firmemente a una seria crisis política y cultural: la paz armada y la competencia capitalista entre las potencias europeas desembocarían en la guerra del ‘14 y el ascenso del socialismo y el movimiento obrero en las revoluciones rusas; la pintura se desprendía de la forma, enfilaba hacia el cubismo y, más allá, la abstracción; la música ensayaba disonancias; la literatura iniciaba el camino que la apartaría del naturalismo y desembocaría en el fluir de la conciencia de Proust, Woolf y Joyce; y las matemáticas sufrían los rigores de la teoría de conjuntos, que sacudirían la filosofía y que rematarían en el positivismo lógico.

La física, que en el siglo XIX se jactaba de poder explicar todo lo existente, por su parte, estaba en un brete bastante serio. La triunfal teoría electromagnética de James Clark Maxwell había resucitado los viejos fantasmas del movimiento y el reposo absolutos, que Newton y su mecánica habían desterrado dos siglos atrás. La visión novecentista del mundo había llenado al universo vacío de Newton con éter, una dudosa y repugnante sustancia aristotélica, donde vibraban las ondas electromagnéticas, y que se encontraba en “reposo absoluto” en todo el universo.

Si el éter se encontraba en reposo absoluto, al moverse a través de este éter dormido, la Tierra recibiría una corriente –un viento de éter en contra– de la misma manera que un avión recibe una corriente de aire en sentido contrario a su movimiento. Y este viento de éter –sostenía la teoría– tendría que ser capaz de retrasar un rayo de luz. En 1881 y 1889, los físicos norteamericanos Michelson y Morley hicieron el experimento y no detectaron nada: ningún viento de éter, ningún retraso en el rayo de luz, ningún tipo de movimiento absoluto. La situación era, sin duda, grave: la teoría (electromagnética) predecía una cosa (que el rayo de luz se tenía que retrasar) y los experimentos daban un resultado contrario: la luz no se retrasaba un ápice. ¿Y entonces? Y entonces había que buscar una explicación que arreglara esta discrepancia.

Dos físicos, Lorentz y Fitzgerald, cada uno por su cuenta, sugirieron una solución. Era rara, pero era una solución. Imaginaron que, con el movimiento, las distancias y el tiempo se modifican, y aceptando esas extrañas propiedades del tiempo y el espacio, y haciendo los cálculos apropiados, se entiende por qué el experimento de Michelson-Morley no reveló ningún retraso en el rayo de luz. Al moverse la Tierra respecto del éter, las distancias y los tiempos se modifican de tal manera que el rayo llega a la cita con puntualidad y sin registrar retraso alguno. Pero la explicación tenía un punto flojo: ¿por qué se van a contraer los cuerpos con el movimiento? ¡Si no hay ninguna razón para que lo hagan! En realidad, era una solución de compromiso, una transacción ad hoc, que dejaba a salvo el éter, el electromagnetismo, el rayo de luz que no se retrasaba y la predicción de que se retrasaba. Arreglaba las cosas, pero al costo de un dolor de cabeza. Por primera vez se habían tocado el espacio y el tiempo, esos dioses que reinaban desde la época de Newton, y que parecían intocables. Era chapucero, pero el daño estaba hecho.

Pequeños milagros

No era el único frente de tormenta: hacia fines del siglo XIX, se había profundizado la investigación en el terreno del átomo; primero los rayos X y luego la radiactividad ofrecían avalanchas de datos sin una teoría comprensiva. En el año 1900, Max Plank había propuesto una explicación delfenómeno de la radiación del cuerpo negro (un problema heredado del siglo XIX) que contenía una hipótesis novedosa y sobre todo herética (cuyos alcances el mismo Plank estaba lejos de imaginar). Plank suponía que la energía era emitida de manera discreta, en paquetes, o cuantos de energía, es decir, rompiendo el baluarte de la continuidad que ostentaba hasta entonces el concepto de energía.

Eso, en 1900. En 1903, un muchacho que creía en el éter, y en la continuidad de la energía, empezó a trabajar como empleado en la oficina de patentes de Berna (Suiza). Tenía a la sazón 24 años y estaba terminando su doctorado en Física. No había sido, hasta el momento, un estudiante especialmente destacado, pero que sin embargo fue, al decir de sus jefes, un buen empleado, que en los intersticios del trabajo se dedicó a reflexionar sobre aquellas cuestiones que preocupaban a los físicos: el éter, el movimiento absoluto, los cuantos de Plank. Así son las cosas.

Y ahí llegó el famoso annus mirabilis (año milagroso) de 1905. Milagroso para la física, para Einstein, para el mundo. Ese año curioso y extraño, mientras en Rusia se producía la primera revolución (que culminaría en 1917 y en la perestroika siete décadas más tarde) y el incidente del acorazado Potemkin, mientras nacían Greta Garbo y Osvaldo Pugliese y se fundaba Las Vegas, Albert Einstein, ascendido ya a perito de primera clase en la oficina de patentes, de 26 años de edad, publicó una seguidilla de cinco trabajos en la revista científica del momento, los Annalen der Physik (valga decir que, por esa época, si un científico quería ser por lo menos respetado debía saber más alemán que inglés). Cada uno de ellos apuntaba a una cuestión importante y la resolvía de una manera sorprendente y cada uno de esos tres trabajos le hubiera garantizado, por sí solo, un premio Nobel de Física.

El primero, en marzo (llamado Sobre un punto de vista heurístico concerniente a la emisión y transformación de la luz) se metía con los cuantos de Plank y lo extendía a la luz: Einstein sostenía que la luz, entonces representada y considerada una onda electromagnética, poseía también una naturaleza corpuscular y se comportaba como una lluvia de partículas (fotones, o cuantos de luz) y que su energía no estaba distribuida sino que se concentraba en paquetes o cuantos discretos, que se localizaban en el espacio y que podían ser absorbidos o generados solamente en paquetes. La teoría explicaba un problema que intrigaba a los físicos: el mecanismo por el cual la luz, al incidir sobre un metal, era capaz de arrancar electrones. Era una explicación del efecto fotoeléctrico, que resistía desde hacía años. Sobre ese trabajo descansa toda la mecánica cuántica y toda la física atómica de la primera mitad del siglo XX, y fue este trabajo el que le valió el Premio Nobel que habría de recibir en 1921 (pese a lo que piensa mucha gente, Einstein no ganó el Nobel por su Teoría de la Relatividad).

En abril, terminó su ya retrasada tesis de doctorado (Una nueva determinación de las dimensiones de la molécula) demostrando que el tamaño de las moléculas en un líquido podía medirse por su viscosidad (es útil recordar que en 1905 aún se discutía sobre la existencia real o meramente ficcional de las moléculas y los átomos).

En mayo, el tercer trabajo (¿Depende la inercia de un cuerpo de su contenido energético?) atacaba uno de los problemas heredados del siglo XIX (el del movimiento browniano) y lo cerraba de una vez por todas, al encontrar una formulación matemática acabada.

Y en el cuarto, ese joven que había creído en el éter –pero que ya no creía más– se metía en el embrollo del movimiento absoluto, el electromagnetismo y sus derivados, el tiempo y las distancias cambiantes de Fitzgerald y Lorentz, y resolvía el problema, proponiendo una visión del mundo radicalmente distinta a la que había reinado hasta entonces. Le había puesto un título en apariencia abstruso: Sobre la electrodinámica de los cuerpos en movimiento, pero en la historia y la ciencia, quedaría con un nombre mucho más sonoro y elocuente: Teoría de la Relatividad.

El quinto trabajo no tuvo importancia, pero se le puede perdonar.


1905, paredón y después

Salvo por un puñado de físicos, la Teoría de la Relatividad no fue aceptada de inmediato. Era demasiado audaz, demasiado imaginativa, rompía demasiado con conceptos bien establecidos, en especial con la sacralidad del tiempo y el espacio, esas intuiciones puras del entendimiento que Newton había elevado al más alto sitial: el espacio inmóvil como marco general y escenario global dentro del cual suceden los fenómenos, y donde una distancia siempre es la misma distancia. Por otro lado, en ese espacio transcurría también un tiempo absoluto, matemático y universal; tanto el espacio como el tiempo eran entidades independientes de los fenómenos y resultaba inconcebibles que las cosas fueran de otra manera. Es ahí donde la Teoría de la Relatividad introduce una ruptura metafísica: según Einstein, el espacio y el tiempo se amalgaman en algo distinto, el “espacio-tiempo”, que depende de los observadores: dos sucesos que son simultáneos para uno de ellos, puede no serlo para el otro, y lo mismo ocurre con las duraciones y longitudes: un segundo no necesariamente dura lo mismo para dos observadores diferentes. El reloj que da la hora para todo el universo ha dejado de existir. Situación que se agudizará en 1915 con la Teoría General de la Relatividad (básicamente una teoría de la gravitación), donde la geometría misma del espacio-tiempo depende de la estructura de los fenómenos, en especial de la distribución de la masa y la energía, capaz de curvar el espacio y hacer que el tiempo transcurra cada vez más despacio.

El lugar del absoluto, a partir de 1905, retrocede una vez más (como lo venía haciendo desde los tiempos de Copérnico) y se refugia en dos recovecos. Uno, la velocidad de la luz, que a diferencia de los segundos y los metros es exactamente la misma para todos los observadores, y segundo, la forma de las leyes de la naturaleza que también tienen exactamente la misma forma para todos los observadores.

Así, la Relatividad de 1905 no tenía correlato experimental posible (ya que los efectos relativistas sólo son medibles a velocidades muy altas), y no pasaba de ser una apuesta teórica (hoy la dilatación temporal ya se ha medido y comprobado experimentalmente en laboratorios y ciclotrones). Curiosamente fue la Teoría de la Relatividad General la que pasó la primera prueba empírica en 1919, cuando durante un eclipse se pudo comprobar que la masa del Sol efectivamente curvaba los rayos de luz (es decir, curvaba las líneas rectas), y que el Sol no era un actor pasivo que actuaba dentro del espacio, sino que intervenía en la estructura del espacio-tiempo.

Pero hay algo más: las dos teorías, la especial y la general, le permitieron a Einstein imaginar un modelo global del universo: en contraposición al cosmos newtoniano infinito y abierto, imaginó un universo finito y cerrado sobre sí mismo. Finalmente, la cosa no resultó ser así, pero fue la primera reformulación a fondo desde la revolución científica del siglo XVII.

Y todo empezó en 1905. Verdaderamente, se trató de un año milagroso. Como un mago, Einstein sacó de la galera al siglo XX.

viernes, 1 de enero de 2010

Club del chiste

Agradecemos a "Pequeña Alesita" por sus colaboraciones que iremos publicando en este Club del Chiste. Les recordamos a todos que pueden enviarnos sus chistes sobre ciencia a leonardomoledoblog@gmail.com

 Un medico, un abogado y un matemático están hablando de si es mejor tener una esposa o novia. Empieza el abogado:
- Obviamente, lo mejor es tener una novia; porque divorciarte de
tu mujer puede ser muy difícil, en cambio cortar con una novia es fácil.
El doctor dice:
- No, no, esta claro que tener una pareja estable evita el stress y mejora tu salud.
El matematico dice:
- Lo mejor es tener las dos; así conseguís que la esposa se crea que estas con la otra, la otra se cree que estas con tu esposa, y mientras tanto, podés hacer matemáticas.
 
 
 

¡Feliz 2010 para todos los lectores!